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Una Semana Santa 2021 post COVID-19 y un futuro lleno de incertidumbre

Partamos de hechos y no de percepciones. El primero de ellos, es que el Covid-19 vino para quedarse. La súbita aparición de la pandemia y su rápida expansión al mundo entero trajo consigo cambios sustanciales en muchos aspectos de la realidad tanto a nivel individual como colectivo. 

El segundo, es el alto grado de incertidumbre, no solo de futuros escenarios económicos sino aun de la posibilidad de seguir con vida.  Y finalmente, el tercero:  las altas tasas de contagio registradas que incrementan la probabilidad más certera de resultar infectados.

Mientras el acceso a la vacuna no esté garantizado a toda la población  en el mediano plazo, principalmente en los grupos más vulnerables, toda actividad masiva deberá sufrir irremediablemente modificaciones sustanciales que permitan su continuidad. Algunas medidas tales como el  distanciamiento social  y el uso de  mascarilla serán las principales que regirán muchas actividades cotidianas de interacción social.

Al momento de escribir estas ideas, el Arzobispado de Guatemala por medio de una carta dirigida a hermandades y asociaciones de pasión, comunicó la suspensión de toda actividad de culto externo de Cuaresma  y Semana para el año 2021. 

Este hecho indudablemente, provocó gran cantidad de distintas opiniones y sentimientos en todos aquellos que componen el gran movimiento social llamado “Semana Santa de Guatemala”.

Esta decisión, era esperada desde semanas atrás y más aun, cuando el Arzobispado de Sevilla comunicó de igual forma, la suspensión de las mundialmente famosas estaciones de penitencia en la ciudad andaluza para el presente 2021.

En un abrir y cerrar de ojos, la Cuaresma y Semana del presente año Santa pasarán a ser historia y retomaremos el largo camino de espera  hacia el año 2022 en  el que se espera una mejora de las condiciones de salud pública.  No obstante, resultaría fantasioso asegurar la realización de una eventual Semana Santa 2022 y más aun, tal como se venían realizando hasta el año 2019.

A este punto se hace oportuna preguntar, ¿pensará  la mayoría y principalmente las hermandades que la próxima Cuaresma y Semana Santa será realizada en condiciones de “anterior normalidad”?, ¿asociaciones y hermandades de piedad popular han considerado – o vislumbrado en todo caso-  alguna adaptación que permita cumplir con las exigencias sanitarias ante la posibilidad de una posible Semana Santa 2022 como mejor escenario?.

A partir de acá, tenemos más preguntas que respuestas. ¿Podrían las hermandades transformar totalmente virtual el proceso de inscripción para garantizar distanciamiento social?. Y por consiguiente, ¿debería mantenerse la entrega del turno físico o convendría migrar, por ejemplo,  a una modalidad de código QR enviado vía correo electrónico?

Al momento de cargar los muebles, ¿qué implicaciones tendría implementar el modelo “un brazo lleno, un brazo libre” a efecto de mantener distanciamiento?. Y por consiguiente, ¿ se podrían seguir utilizando las andas actuales con adornos desmesuradamente pesados?.

¿Deberían mantenerse recorridos igual de extensos o recortarse de manera moderada?.  En relación al público asistente y el grado de riesgo de surgimiento de nuevos brotes del virus, ¿ impactaría esto en la cantidad de espectadores presenciales en la calle?.

¿Considerarían las hermandades implementar algún protocolo de  desinfección de horquillas, faldones y cualquier área de contacto humano recurrente?.

Y las más importante es: ¿estaríamos dispuestos todos a tener una Semana Santa adaptada a la “nueva normalidad”?.

Todos los puntos anteriores planteados de manera hipotética, nos traen de vuelta al momento presente cargado de una alta incertidumbre en el que  lo más sensato es optar por continuar cuidando de nuestra salud y de la de  los nuestros, actuando de manera responsable.

Mientras tanto el llamado es que, armados de toda paciencia, tengamos esperanza que pronto el panorama se tornará mejor para poder nuevamente salir a las calles y vivir con mayor tranquilidad la máxima fiesta religiosa, histórica y cultural de Guatemala.