(Texto original de Wendy de Pérez)
Una anécdota reciente del año pasado fue que compré mi turno penitencial de Catedral y Palacio Nacional de Santo Domingo de Viernes Santo y como sabrán, los penitenciales son los que van abajo ya que los normales de afuera son carísimos y son heredados. A pesar de que toda mi vida he cargado allí, jamás he cachado un turno de esos.
En fin, estaba respetuosamente vestida de pies a cabeza, haciendo mi fila para recibir a nuestra Señora de Soledad del Templo de Santo Domingo en Catedral, cuando se me acerca una celadora y me dice, hermana salgase de la fila. Yo pensé ya me sacó y ¿ahora que hice?, solo falta que el turno esté repetido como me pasó una vez en otra iglesia.
Pero ese año me sentía tan triste pero tan triste. Y resulta que me pasaron de primer lugar en la parte de afuera, yo estaba tan apenada que solo medio vi las cámaras a Monseñor Oscar Julio Vian y a todas las personas, que solo me limité a cerrar mis ojos y comencé a orar de agradecimiento. Traté de contener mis lágrimas ya que jamás había cargado afuera en Catedral.
Pero eso no es todo, pues como yo tenía dos turnos seguidos, me dejaron seguir allí hasta culminar mi turno del Palacio Nacional. ¡Fue la mejor experiencia como cucurucha que he tenido! y la mejor que Dios me ha regalado en toda mi vida. Fue como que me dijera: «este es tu regalo por tu perseverancia».
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