Hace ya mucho tiempo, pasaba por una serie de problemas personas y días bastante amargos. Aunque tenía fe, esta se encontraba bastante resquebrajada por las situaciones personales que estaba pasando. Desde el año 2007, soy socio de la Hermandad de San Nicolás y esta es una de mis experiencias más gratas junto a mi amado «Señor de San Nicolás».
En el año 2013, era colaborador en el grupo de Pasos del Vía Crucis de la Hermandad de la C.I. del Señor Sepultado de San Nicolás. Después de la velación del mes de noviembre, continúe apoyando a la hermandad en algunas actividades en la iglesia, sin el afán de ser más que un colaborador puesto que estaba en la etapa final de mi carrera universitaria y no quería asumir más compromisos en la hermandad además de tener suficientes problemas fuera de la misma. Pero bien dicen que El Señor no se olvida de sus ovejas.
Mis problemas personales aumentaron y una noche pensando en todo lo que debía enfrentar decidí tratar de conciliar mi sueño. La verdad, para sueños soy muy poco, pues por lo general, son pesadillas y cuando es algo bueno, tiendo a no recordarlo al día siguiente, pero este sueño fue la excepción.
Durante mi sueño pude observar la ciudad de Quetzaltenango totalmente destruida y abandonada, el cielo era de color rojo intenso, casi como si hubiese habido una guerra, yo caminaba hacia la iglesia San Nicolás la cual parecía estar intacta, pero por dentro estaba en penumbras hasta la mitad del templo que era hasta donde llegaba la luz.
Yo, por alguna extraña razón cargaba una especie de bolsa, como las que se usan para ir a jugar futbol o algo por el estilo de color beige. Recuerdo que dicha bolsa pesaba muchísimo y casi hacía que me doblegara pues la llevaba en la espalda.
Ingresé a la iglesia y pude observar que a la mitad había una especie de altar dividido en tres partes. En la primera, viendo hacia afuera de la iglesia del lado izquierdo estaba el conocido paso de “La Piedad” de la hermandad, seguidamente en la parte más alta… ¡Jesús sacramentado! en una bella custodia dorada y por último El Señor Sepultado de San Nicolás… Sin urna, situación que no se da ni por casualidad, pues siempre es procesionado en una, la imagen vestía también una túnica de color negro. Como pude, me dirigí hacia la imagen del Señor, pasando por detrás del altar, fue cuando pude observar que el resto de la iglesia estaba lleno de personas o al menos eso parecían… Dichas personas murmuraban ¿O quizá rezaban? No lo sabría decir. Fue cuando pude llegar a la imagen y tirando la bolsa, dejándome caer de rodillas y colocando mi frente en la parte de atrás de su cabeza y comencé a llorar a mares diciendo: ¡Ayúdame, esto no lo quiero, no es para mí! ¡Ayúdame Señor, no puedo con este peso!
Paso un buen momento de lágrimas cuando sentí que alguien metió mano en mi costado y me tiro hacia atrás. Pude percatarme que era una de mis tías, hermana de mi mamá. Entonces yo le grite: “¡Tía, ¿Qué hiciste?! ¡¿No miras que estoy hablando con El?!”. Mi tía me respondió con gran dulzura: “Mijo, es que El quien quiere decirte algo…”. Entonces pudo observar que todas las personas que estaban atrás eran mis familiares, amigos, novia y conocidos… De pronto me voltee de nuevo y el altar ya no estaba…. ¡Sorpresa! El Señor estaba en un trono de color azul, revestido con una túnica de color azul oscuro con bordados dorados, además de su estola, manipulo y fajín de sacerdote, piezas que habitualmente usa. Pero para mi mayor sorpresa ¡Wow! Era Él, en carne y hueso, tan majestuoso como el mismo sol de la mañana, tan espectacular y pacifico como una noche estrellada.
Fue cuando abrió sus labios, hablo y me tranquilizo. No me pregunten qué fue lo que dijo… O en qué idioma porque no sabría decirles con exactitud en que idioma hablo mi Señor o que fue lo que me dijo. Solo puedo decirles que me lleno de paz y calma, como si cualquier situación y problema hubieran desparecido.
Entonces se cerraron las puertas de la iglesia, el trono desapareció y mi Señor se acercó al altar. Comenzaron a cantar todas aquellas personas que han estado en mi vida y comenzó la santa eucaristía, presidida por El, mi Señor de San Nicolás. Así fue como me desperté, con una sonrisa en el rostro y lágrimas de alegría brotando de mis ojos, confiado en Dios de que mis problemas pronto se resolverían.
Esta es mi anécdota, que para sorpresa mía fue la revelación del adorno del siguiente viernes santo 2014. El trono del sueño tenía el mismo color que el adorno de ese año y por supuesto, la túnica era la misma que mi Señor estreno esa tarde que recuerdo con gran alegría. Claro está que no puedo dejar de mencionar que todos mis problemas se resolvieron a su tiempo, gracias a Jesús, que por medio de su imagen del Señor Sepultado de San Nicolás ha hecho crecer la fe cada día en mí.