Así es el rezo de los 7 viernes a Jesús Nazareno que se realiza en honor a Jesús Nazareno de las Tres Potencias durante la Cuaresma.
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Por: Juan Alberto Sandoval Aldana
El devocional de “Los 7 viernes” dedicado a la antiquísima imagen de Jesús Nazareno de la Parroquia Vieja considera de esta manera la meditación de la pasión de Cristo:
Primer viernes a Jesús Nazareno
El gozo y tristeza de Jesús a su entrada triunfal en Jerusalén.
Comienza la Semana Santa y recordamos la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén. Escribe San Lucas. «Al acercarse a Betfagé y a Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos diciéndoles: «Vayan al caserío que está frente a ustedes. Al entrar, encontrarán atado un burrito que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta por qué lo desatan, díganle: el Señor lo necesita». Fueron y encontraron todo como el Señor les había dicho».
¡Qué pobre cabalgadura elige Nuestro Señor! Quizá nosotros, engreídos, habríamos escogido un brioso corcel. Pero Jesús no se guía por razones meramente humanas, sino por criterios divinos. «Esto sucedió —anota San Mateo— para que se cumplieran las palabras del profeta: «Díganle a la hija de Sión: he aquí que tu rey viene a ti, apacible y montado en un burro, en un burrito, hijo de animal de yugo»».
Jesucristo, que es Dios, se contenta con un borriquito por trono. Nosotros, que no somos nada, nos mostramos a menudo vanidosos y soberbios: buscamos sobresalir, llamar la atención; tratamos de que los demás nos admiren y alaben. San Josemaría Escrivá, canonizado por Juan Pablo II hace dos años, se prendó de esta escena del Evangelio.
Aseguraba de sí mismo que era un burrito sarnoso, que no valía nada; pero como la humildad es la verdad, reconocía también que era depositario de muchos dones de Dios; especialmente, del encargo de abrir caminos divinos en la tierra, mostrando a millones de hombres y mujeres que pueden ser santos en el cumplimiento del trabajo profesional y de los deberes ordinarios.
Jesús entra en Jerusalén sobre un borrico. Hemos de sacar consecuencias de esta escena. Cada cristiano puede y debe convertirse en trono de Cristo. Y aquí vienen como anillo al dedo unas palabras de San Josemaría. «Si la condición para que Jesús reinase en mi alma, en tu alma, fuese contar previamente en nosotros con un lugar perfecto, tendríamos razón para desesperarnos. Sin embargo, añade, Jesús se contenta con un pobre animal, por trono (…). Hay cientos de animales más hermosos, más hábiles y más crueles.
Pero Cristo se fijó en él, para presentarse como rey ante el pueblo que lo aclamaba. Porque Jesús no sabe qué hacer con la astucia calculadora, con la crueldad de corazones fríos, con la hermosura vistosa pero hueca. Nuestro Señor estima la alegría de un corazón mozo, el paso sencillo, la voz sin falsete, los ojos limpios, el oído atento a su palabra de cariño. Así reina en el alma».
¡Dejémosle tomar posesión de nuestros pensamientos, palabras y acciones! ¡Desechemos sobre todo el amor propio, que es el mayor obstáculo al reinado de Cristo! Seamos humildes, sin apropiarnos méritos que no son nuestros. ¿Imaginan ustedes lo ridículo que habría resultado el borrico, si se hubiera apropiado de los vítores y aplausos que las gentes dirigían al Maestro?
Comentando esta escena evangélica, Juan Pablo II recuerda que Jesús no entendió su existencia terrena como búsqueda del poder, como afán de éxito y de hacer carrera, o como voluntad de dominio sobre los demás. Al contrario, renunció a los privilegios de su igualdad con Dios, asumió la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres, y obedeció al proyecto del Padre hasta la muerte en la Cruz ( Homilía, 8-IV-2001).
El entusiasmo de las gentes no suele ser duradero. Pocos días después, los que le habían acogido con vivas pedirán a gritos su muerte. Y nosotros ¿nos dejaremos llevar por un entusiasmo pasajero? Si en estos días notamos el aleteo divino de la gracia de Dios, que pasa cerca, démosle cabida en nuestras almas. Extendamos en el suelo, más que palmas o ramos de olivo, nuestros corazones. Seamos humildes. Seamos mortificados. Seamos comprensivos con los demás. Éste es el homenaje que Jesús espera de nosotros.
La Semana Santa nos ofrece la ocasión de revivir los momentos fundamentales de nuestra Redención. Pero no olvidemos que —como escribe San Josemaría—, «para acompañar a Cristo en su gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con Él, muerto sobre el Calvario». Para eso, nada mejor que caminar de la mano de María. Que Ella nos obtenga la gracia de que estos días dejen una huella profunda en nuestras almas. Que sean, para cada una y cada uno, ocasión de profundizar en el Amor de Dios, para poder así mostrarlo a los demás.
Segundo viernes a Jesús Nazareno
Considera la angustia y tristeza de Nuestro Señor Jesucristo cuando se disponía a orar en el huerto de Getsemaní.
Después de la Última Cena, Jesús tiene una inmensa necesidad de orar. Su alma está triste hasta la muerte. En el Huerto de los Olivos cae abatido: se postró rostro en tierra (Mateo 26, 39), precisa San Mateo. «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea yo como quiero, sino como quieres Tú». En Jesús se unen a la tristeza, un tedio y una angustia mortales.
Buscó apoyarse en la compañía de sus amigos íntimos y los encontró durmiendo; pero, entre tanto, uno no dormía; el traidor conjuraba con sus enemigos. Él, que es la misma inocencia, carga con los pecados de todos y cada uno de los hombres, y se ofreció, con cuánto amor, como Víctima para pagar personalmente todas nuestras deudas… y de cuántos solo recibe olvido y menosprecio.
¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna! En nuestra vida puede haber momentos de profundo dolor, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de la Agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos nos enseña a abrazar la Voluntad de Dios, sin poner obstáculo alguno ni condiciones, aunque por momentos pidamos ser librados, con tal de que así pudiésemos identificarnos con la Voluntad de Dios. Debe ser una oración perseverante.
II. Hemos de rezar siempre, por nosotros y por la Iglesia; pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar, cuando la lucha se hace más dura; abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo: «solo me condeno; con Dios me salvo» decía San Agustín.
Nuestra meditación y oración diaria, siempre a través de la Santísima Virgen, para poner el corazón con el de Ella en Dios, siendo verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme: «vigilad y orad para que no caigáis en tentación…» Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si nos descuidáramos perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para combatir y dar testimonio de la Verdad.
III. Los santos han sacado mucho provecho para su alma y para la Iglesia de este pasaje de la vida del Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la Agonía del Señor en Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y tribulaciones. También él fue fortalecido con la contemplación de estas escenas, mientras esperaba el martirio por ser fiel a la fe.
Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades, grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria y aprovecharlas para reparar por nuestras faltas y ofrecer por la Iglesia. El primer misterio doloroso del Santo Rosario puede ser tema de nuestra oración cuando nos cueste descubrir la Voluntad de Dios en los acontecimientos de nuestra vida personal y en los de la historia de la Iglesia que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de jaculatoria:
«Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras (Misal Romano, Acción de gracias después de la Misa, oración universal de Clemente XI)»
Tercer viernes a Jesús Nazareno
Se medita el dolor de Cristo al ser vendido con un beso por Judas el iscariote.
Entre los olivos de Getsemaní, en medio de la tiniebla, avanza ahora una pequeña multitud: la guía Judas, «uno de los Doce», un discípulo de Jesús. En el relato de san Lucas, Judas no pronuncia ni siquiera una palabra; es sólo una presencia gélida. Casi parece que no logra acercarse totalmente al rostro de Jesús para besarlo, porque lo detiene la única voz que resuena, la de Cristo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?». Son palabras tristes, pero firmes, que revelan la maraña maligna que anida en el corazón agitado y endurecido del discípulo, tal vez iluso y desengañado, y dentro de poco desesperado.
Esa traición y ese beso, a lo largo de los siglos, se han transformado en el símbolo de todas las infidelidades, de todas las apostasías, de todos los engaños. Cristo, por tanto, afronta otra prueba, la de la traición que engendra abandono y aislamiento.
No es la soledad que tanto amaba, cuando se retiraba a los montes a orar; no es la soledad interior, fuente de paz y de serenidad porque con ella nos asomamos al misterio del alma y de Dios. Es, por el contrario, la experiencia dolorosa de tantas personas que también en esta hora en que nos encontramos aquí reunidos, al igual que en otros momentos del día, están solas en una habitación, ante una pared desnuda o ante un teléfono mudo, olvidados por todos por ser viejos, enfermos, extranjeros o extraños. Jesús bebe con ellos también este cáliz que contiene el veneno del abandono, de la soledad, de la hostilidad.
Cuarto viernes a Jesús Nazareno
La tristeza de Jesús al ser aprendido por soldados y fariseos.
La escena de Getsemaní, a continuación, se vuelve a animar: al anterior cuadro solemne, íntimo y silencioso, de la oración se opone ahora, bajo los olivos, el alboroto, el tumulto e incluso la violencia. Con todo, Jesús destaca siempre en el centro como un punto firme. Es consciente de que el mal envuelve la historia humana con su sudario de prepotencia, de agresión, de brutalidad: «Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas».
Cristo no quiere que los discípulos, dispuestos a echar mano a la espada, reaccionen al mal con el mal, a la violencia con otra violencia. Está seguro de que el poder de las tinieblas –aparentemente invencible y jamás harto de triunfos– está destinado a sucumbir.
En efecto, a la noche sucederá el alba, a la oscuridad la luz, a la traición el arrepentimiento, también para Judas. Por esto, a pesar de todo, es preciso seguir esperando y amando. Como Jesús mismo había enseñado en el monte de las Bienaventuranzas, para tener un mundo nuevo y diverso, es necesario «amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen»
Quinto viernes a Jesús Nazareno
Se considera la pena de Jesús al ser llevado a las casas de Anás y Caifás.
Después de atar a Jesús como si fuera un vulgar delincuente, se lo llevan a Anás, quien era el sumo sacerdote cuando Jesús era niño y dejó asombrados a los maestros en el templo (Lucas 2:42, 47). Algunos de los hijos de Anás también desempeñaron más tarde el papel de sumo sacerdote, y ahora es su yerno Caifás quien ocupa el puesto.
Mientras Jesús está en la casa de Anás, Caifás tiene tiempo para convocar al Sanedrín. Este tribunal, compuesto por 71 miembros, incluye al sumo sacerdote y a otros hombres que habían tenido ese cargo.
Anás interroga a Jesús “sobre sus discípulos y sobre lo que enseñaba”. Él simplemente le responde: “He hablado públicamente a todo el mundo. Siempre enseñé en las sinagogas y en el templo, donde todos los judíos se reúnen, y no dije nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a quienes oyeron lo que les dije. Ahí están, ellos saben bien lo que dije” (Juan 18:19-21).
Uno de los guardias que está de pie allí le da una bofetada a Jesús y lo reprende: “¿Así le contestas al sacerdote principal?”. Pero Jesús sabe que no ha hecho nada malo, por eso le responde: “Si he dicho algo malo, dime qué fue; pero, si lo que he dicho es cierto, ¿por qué me pegas?” (Juan 18:22, 23). Luego Anás hace que se lleven a Jesús ante su yerno Caifás.
A estas alturas ya están reunidos en la casa de Caifás todos los miembros del Sanedrín: el sumo sacerdote actual, los ancianos del pueblo y los escribas. Llevar a cabo un juicio como este en la noche de la Pascua va contra la ley, pero eso no los detiene; siguen adelante con su malvado plan.
Es muy difícil que este grupo tome una decisión imparcial. Después que resucitó a Lázaro, decidieron que Jesús debía morir (Juan 11:47-53). Y, pocos días antes, las autoridades religiosas tramaron un plan para atrapar a Jesús y matarlo (Mateo 26:3, 4). Está claro, Jesús ya está prácticamente condenado a muerte aun antes de que empiece el juicio.
Además de llevar a cabo esta reunión de manera ilegal, los sacerdotes principales y otros miembros del Sanedrín están buscando testigos que aporten pruebas falsas para montar una acusación contra Jesús. Encuentran a muchos, pero sus testimonios no coinciden. Al final, se presentan dos testigos que afirman: “Nosotros le oímos decir: ‘Yo derribaré este templo que fue hecho por la mano del hombre y en tres días levantaré otro que no estará hecho por la mano del hombre’” (Marcos 14:58). Sin embargo, ni siquiera las historias de estos dos testigos concuerdan del todo.
Caifás le pregunta a Jesús: “¿No respondes nada? ¿Qué hay de lo que estos hombres testifican contra ti?” (Marcos 14:60). Jesús se queda callado ante la acusación falsa montada con testimonios que no concuerdan. Entonces Caifás cambia de estrategia.
Él sabe que a los judíos les irrita que alguien afirme ser el Hijo de Dios. En ocasiones anteriores, cuando Jesús ha expresado que Dios es su Padre, los judíos han querido matarlo, alegando que estaba “haciéndose igual a Dios” (Juan 5:17, 18; 10:31-39). Caifás, consciente de lo que piensan, actúa con astucia y le manda a Jesús: “¡Te ordeno que nos digas bajo juramento delante del Dios vivo si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios!” (Mateo 26:63).
Por supuesto, Jesús ha reconocido antes que su Padre es Dios (Juan 3:18; 5:25; 11:4). Y, si no lo admitiera ahora, podría dar a entender que él niega ser el Cristo y el Hijo de Dios. Así que responde: “Lo soy. Y ustedes verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del poder y viniendo con las nubes del cielo” (Marcos 14:62).
Al oír eso, Caifás se rasga la ropa con un gesto dramático y exclama: “¡Ha blasfemado! ¿Para qué necesitamos más testigos? ¡Miren, ustedes acaban de oír la blasfemia! ¿Cuál es su opinión?”. Entonces el Sanedrín dicta la injusta sentencia: “¡Merece morir!” (Mateo 26:65, 66).
Ahora comienzan a burlarse de Jesús y a darle puñetazos. Otros le escupen en la cara y le dan bofetadas. Luego le cubren el rostro, lo abofetean de nuevo y le preguntan con sarcasmo: “¡Profetiza! ¿Quién es el que te pegó?” (Lucas 22:64). ¡Ahí está el propio Hijo de Dios sufriendo maltratos en un juicio nocturno completamente ilegal!
Sexto viernes a Jesús Nazareno
El dolor de Jesús cargando su pesada cruz.
Jesús, condenado por declararse rey, es escarnecido, pero precisamente en la burla emerge cruelmente la verdad. ¡Cuántas veces los signos de poder ostentados por los potentes de este mundo son un insulto a la verdad, a la justicia y a la dignidad del hombre! Cuántas veces sus ceremonias y sus palabras grandilocuentes, en realidad, no son más que mentiras pomposas, una caricatura de la tarea a la que se deben por su oficio, el de ponerse al servicio del bien. Jesús, precisamente por ser escarnecido y llevar la corona del sufrimiento, es el verdadero rey.
Su cetro es la justicia (Sal 44, 7). El precio de la justicia es el sufrimiento en este mundo: él, el verdadero rey, no reina por medio de la violencia, sino a través del amor que sufre por nosotros y con nosotros. Lleva sobre sí la cruz, nuestra cruz, el peso de ser hombres, el peso del mundo. Así es como nos precede y nos muestra cómo encontrar el camino para la vida eterna.
ORACIÓN
Señor, te has dejado escarnecer y ultrajar. Ayúdanos a no unirnos a los que se burlan de quienes sufren o son débiles. Ayúdanos a reconocer tu rostro en los humillados y marginados. Ayúdanos a no desanimarnos ante las burlas del mundo cuando se ridiculiza la obediencia a tu voluntad. Tú has llevado la cruz y nos has invitado a seguirte por ese camino (Mt 10, 38). Danos fuerza para aceptar la cruz, sin rechazarla; para no lamentarnos ni dejar que nuestros corazones se abatan ante las dificultades de la vida. Anímanos a recorrer el camino del amor y, aceptando sus exigencias, alcanzar la verdadera alegría.
Séptimo viernes a Jesús Nazareno
la crucifixión y muerte del redentor en el monte Calvario.
En medio del griterío desbordado, Pilato les entregó a Jesús para que fuese crucificado» (Jn). No es una mera condena por rebelión, ni siquiera una condena a muerte sin más, sino la muerte en la cruz. Era tan injuriosa la condena que estaba prohibida para los ciudadanos romanos. A la tortura se añadía la infamia. Era una muerte lenta y exasperante, una tortura cruel, era el peor suplicio que podían encontrar para matar. Se clavaban las manos y los pies en el madero y al colgar, el cuerpo se consumía en la asfixia. Al desangrarse, se padecía gran sed y fiebres, unido a unos dolores intensos al estar colgado el cuerpo de tres hierros. Era una muerte pública, de escarmiento por la gravedad de los delitos.
Demostración e amor
Jesús va a dar un paso en ese abajamiento y humillación para salvar a los hombres. Podía haber sido de otro modo, pero entonces no se hubiera descubierto el misterio de iniquidad del pecado y su gravedad, ni se hubiera revelado la hondura del amor de Dios. La cruz era el modo de expresar un océano sin límites de verdad y de bondad. Demuestra el amor excedente de Dios, un amor que se da, dispuesto a todo, un amor hasta el vaciamiento total.
La cruz muestra el valor del hombre, el gran precio que Dios está dispuesto a pagar por la salvación de cada uno. El mismo Dios se humilla y sufre, y las ideas humanas sobre Dios tiemblan ante la realidad de tanto sufrimiento de un Dios que quiere ser un juguete para los juegos macabros de los hombres perversos. La crueldad y el dolor se hacen medios para expresar el amor misericordioso. Y Jesús como hombre asume su papel con generosidad y convierte la muerte en acto de amor humano con valor infinito, porque también es Dios.
La cruz revela la misericordia, es amor que sale al encuentro del que experimenta el mal. La cruz es la inclinación más profunda de la divinidad hacia el hombre; es como un toque de amor eterno sobre las heridas más dolorosas, es un amor que vence en todos los elegidos las fuentes más profundas del mal. Y ¿por qué es esto así? Porque Jesús ama sobre todo al Padre. Y con ese amor ama a los hombres esclavos del pecado.
Hacia el Gólgota
«Después de reírse de Él, le quitaron la púrpura y le pusieron sus vestidos. Entonces lo sacaron para crucificarlo»(Mc). Lo desnudan de sus indignas vestiduras y quedan en evidencia todas las heridas y los golpes de la flagelación. La heridas, ya infectadas, se reabren y vuelven a sangrar; no hay en Él parecer ni hermosura; es el hombre que lleva marcados los signos de los pecados. Le colocan sus vestidos, y la túnica inconsútil fabricada por manos amorosas, vuelve a cubrir su cuerpo.
Todos podrán distinguir bien quién es, pues ha vuelto a recuperar su aspecto. La corona de espinas la dejan, y cada movimiento hace que vuelva a sangrar la cabeza: el rojo de la sangre se confunde con el de la túnica. «Tomaron, pues, a Jesús; y Él, con la cruz a cuestas, salió hacia el lugar llamado de la Calavera, en hebreo Gólgota, donde le crucificaron, y con Él a otros dos, uno a cada lado, y en el centro Jesús. Pilato escribió el título y lo puso sobre la cruz.
Estaba escrito: Jesús Nazareno, el Rey de los judíos. Muchos de los judíos leyeron este título, pues el lugar donde Jesús fue crucificado se hallaba cerca de la ciudad. Y estaba escrito en hebreo, en griego y en latín. Los pontífices de los judíos decían a Pilato: No escribas el Rey de los judíos, sino que Él dijo: Yo soy Rey de los judíos. Pilato contestó: Lo que he escrito, escrito está»(Jn). Pilato, sin saberlo, le ha proclamado rey, una vez más y definitivamente. Pero Cristo es rey, desde la cruz, sólo en aquellos corazones que captan el reinado de amor venciendo la tiranía del pecado y del diablo. El título ha quedado escrito en tres idiomas, pero el reino de Cristo será universal, pues por todos derrama su sangre.
El trayecto del pretorio hasta el lugar de la crucifixión no es largo, de un kilómetro, más o menos. Primero recorre unas pocas calles de Jerusalén, después atraviesa la puerta judiciaria, y, a campo abierto, asciende el pequeño montículo de Calvario, bien visible desde las murallas de la ciudad; los caminos pasan cerca del lugar de la ejecución.
Las mujeres en el camino
Llevaban con Él dos malhechores para ser ejecutados. Forma el centurión con un buen grupo de soldados, y avanza la comitiva con gran dificultad. Las calles se llenan de gente que hay que apartar sin contemplaciones. No todos insultan, lloran algunas mujeres. Jesús puede detenerse ante ellas. «Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que lloraban y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque he aquí que vienen días en que se dirá: dichosas las estériles y los vientres que no engendraron y los pechos que no amamantaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: caed sobre nosotras; y a los collados: sepultadnos; porque si en el leño verde hacen esto, ¿qué se hará en el seco?»(Lc).
Las mujeres lloran
Estas mujeres son distintas de las galileas que acompañaban a Jesús en su caminar, anunciando el Reino de los cielos. Eran de Jerusalén, convertidas en los diversos viajes de Jesús a la ciudad santa. Lloran porque es grande el dolor. Lloran, pero no huyen. Lloran, pero siguen creyendo. Su amor no les permite dudar de la verdad de lo creído en los momentos de luz. Ahora todo es oscuro, dramático, sangriento, no hay milagros, Dios parece enmudecido. Pero no dudan de Jesús. El amor les lleva a una intensa compasión y hacen lo que pueden: lloran. En la pasión donde pocos discípulos estarán presentes, las mujeres tendrán una parte muy importante. El amor es el fin de la fe, y ellas saben querer, también cuando todo lo externo parece hundirse
Jesús, entrecortadamente, les explica la gran tragedia del pecado. Si al inocente lo ven tan destrozado, ¿como será la condición de los pecadores? Leña seca para el fuego eterno, que Jesús intenta apagar con las lágrimas de un amor verdadero por los que no pueden, ni a veces quieren, rectificar. Las lágrimas de las mujeres son sinceras y doloridas. Nada puede dar consuelo a su dolor. Jesús lo sabe y se lo agradece, a la vez que les enseña, una vez más, cual es el sentido de su cruz.
Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar su cruz
«Y a uno que pasaba por allí, que venía del campo, a Simón Cireneo, el padre de Alejandro y de Rufo, le forzaron a que llevara la cruz de Jesús»(Mc). Simón pasaba por las cercanías de Jerusalén y se encontró con Jesús cargando con la Cruz salvadora, abrumado por el peso. Simón venía del campo y pasaba por aquel lugar situado fuera ya de las murallas de la ciudad y próximo al montículo del Calvario. El hecho de llamarle cirineo indica que debía proceder de esta región del Norte de África, aunque fuese judío. Cabe que estuviese en Jerusalén de paso, o en peregrinación por la Pascua, o viviese establemente allí después de haber vivido un tiempo fuera. Los nombres de sus hijos, Alejandro y Rufo, revelan procedencia griega y latina respectivamente.
Transformación
Todo parece casual en aquel encuentro con Cristo y su Cruz. Casual es su presencia en la ciudad, casual es su paso por aquel lugar, casual es que le fuercen a llevar la Cruz del Señor. Pero aquellas circunstancias son ocasión de una transformación profunda en aquel hombre, más llamativa, si cabe, por inesperada.
No estaba ni con los que insultan o gritan contra Jesús, ni con los discípulos. Tampoco parece un espectador curioso, simplemente «venía del campo» (Mc). Y «le obligaron a llevar la cruz»(Mt). «Le cargaron con la cruz para que la llevase detrás de Jesús»(Lc).
No parece difícil imaginar la conmoción de Simón. Andaba tranquilamente por el camino, como se va por los caminos de la vida; oye un tumulto, le llama la atención, se acerca… y de repente los soldados le rodean y a gritos le fuerzan a llevar la cruz de uno a quien van a crucificar. Quizá le dió tiempo para enterarse quién era aquel a quien ayudaba; quizá no pudo preguntar pero leyó la inscripción de la cartela que indicaba el delito: «Jesús Nazareno Rey de los judíos».
Al coger la cruz, Jesús, se ha vuelto y le ha mirado; no hay en él hermosura, es un desecho de los hombres…y, sin embargo, aquella mirada conmueve el corazón del cirineo, rudo quizá, pero noble… Aquel hombre quiere la cruz; sabe que va a morir y se dirige –exhausto, pero sereno- a emprender la última ascensión; varias decenas de metros de desnivel, pero empinadas. El condenado –a rastras el último tramo- sigue subiendo hasta la cima del Gólgota, si no es que fue llevado en parte por los mismos soldados.
Al mismo tiempo oye los insultos feroces de una multitud, además, muchos de ellos eran fariseos y escribas, incluso estaban allí ancianos del Sanedrín y Sacerdotes. La sorpresa de Simón debió crecer. Si era un rebelde contra los romanos y por esto condenado, los judíos debían estar tristes y apesadumbrados, pues era de los suyos. Pero los más indignados son los judíos importantes, que le gritan cosas tremendas y blasfemas.
Cuando llegaron al lugar de la crucifixión la sorpresa debió ser mayor. Simón, cansado, deja la cruz en el suelo y, muy probablemente, permanece allí. Entonces contempla la escena tremenda de la crucifixión, tanto la de Jesús como la de los ladrones. Debieron ser muy distintas. La costumbre era darles una bebida que calmase un poco el dolor, los ladrones debieron beber con ansia; Jesús se negó a tomarla, aunque, agradeciendo el gesto, probó un poco. Luego, entre varios hombres, se sujetaban los cuerpos que iban a ser enclavados.
No sabemos si permaneció allí mucho más tiempo, pero aquello bastaba para hacerle reflexionar y buscar enterarse a fondo sobre quien era aquel Rey de los judíos a quien él habían ayudado a llevar su Cruz. Si presenciar cualquier muerte conmueve, mucho más una muerte lenta como la crucifixión, y, más aún, la de uno que perdona a los que le están matando. Aquello no podía tener una explicación natural, y realmente no la tenía. Simón acaba de tener un encuentro con la Cruz de Cristo, una Cruz que era la Salvación del mundo; él no lo sabía, pero aquel encuentro, fastidioso al principio, fue el comienzo de su salvación. La referencia a sus hijos lo muestra como bien conocido entre los primeros cristianos.
Dolor que convierte
Simón de Cirene se encontró con el dolor de Cristo y se convirtió. Bienaventurado el hombre de Cirene llamado Simón, porque él no buscaba a Dios y se lo encontró.
Entre las obligaciones de los hermanos nuevos y antiguos adquiridas de libre y espontánea voluntad al adherirse a la Hermandad canónica, se estipulaba la participación en las actividades destinadas al culto y veneración de la santa imagen a la cual se le dedica el ejercicio piadoso titulado de “Los 7 Viernes a Jesús Nazareno de la Escuela de Cristo, Parroquia Vieja Cruz del Milagro”, acto penitencial cuaresmal con acto de contrición 7 meditaciones, 7 jaculatorias, ruego diario a Jesús Nazareno, oración y petición para cada día, cuyas fórmulas quedaron contenidas en un septenario impreso con licencia de autorización eclesiástica, dada en el Palacio Arzobispal el 1º. De diciembre de 1927, inscrita en el libro de impresos de la Curia metropolitana, folio32, registro No. 185.
La conmemoración de la muerte y resurrección de Cristo constituyen la festividad de mayor importancia durante el año litúrgico.
Según el Calendario General de la Iglesia concebido para el rito romano y que contiene el ciclo total de las celebraciones de los misterios cristianos, consta de tres tiempos litúrgicos denominados: Cuaresma, Semana Santa y Pascua del Señor.
En ellos se han constituido numerosas costumbres piadosas que contribuyen a la elevación del espíritu y a la penitencia pública y privada a la que la iglesia convoca en este tiempo extraordinario.
Según nos da a conocer la iglesia en distintos medios, el Calendario Litúrgico esta constituido por todo el conjunto de fiestas observadas por la Iglesia, dispuestas en días propios del año, con la excepción de aquellas que no han tenido un día fijo, llamadas “fiestas movibles”, que varían en su fecha cada año, según la celebración de la Pascua de Cristo, de la cual dependen.
La solemnidad de la Pascua de los Judíos regida por las fases de la luna primaveral, la cual recuerda el fin del cautiverio de su pueblo en Egipto y su diáspora por el desierto, durante 40 años, es celebrada desde el día 14 del mes de “Nissan”, mes que cae entre el 13 de marzo y el 11 de abril del calendario cristiano, sufre una oscilación que va desde el 22 de marzo, como fecha más cercana y el 25 de abril como fecha más tardía.
La fijación cada año de la fecha móvil de la festividad de la Pascua y en torno a ella las restantes celebraciones, motivó el Cómputo Eclesiástico, que no es más que el conjunto de cálculos que sirven para establecerla con correspondencia al ciclo lunar, cercano al “perigeo” durante el plenilunio, del cual depende su celebración, afectándola también los fenómenos propios del ciclo solar con sus “equinoccios” y “solsticios”, resolviendo las fechas de otras como la “epacta”, el Número Aúreo, La Indicción y las Letras Dominicales del Martirologio.
Los datos del Cómputo Eclesiástico se tomaron de fuentes bibliográficas anteriores a la norma del Concilio Vaticano II. No obstante lo anterior, el origen de las celebraciones pascuales se remonta al Siglo II durante el paleocristianismo.
Desde esa temporalidad se contempló la necesidad de una preparación previa, adecuada, por medio de la oración y el ayuno infrapascual el día Viernes y Sábado Santo, anteriores al Domingo de Resurrección, práctica a la que alude la “Traditio Apostolica” escrita en el Siglo III, cuando se exigía a los candidatos al bautismo, los nuevos cristianos conversos, a que ayunaran el día Viernes Santo.
Los periodos de preparación para la Pascua fueron consolidándose hasta llegar a constituir la realidad litúrgica que hoy se conoce como Cuaresma, influyendo en ella las exigencias del catecumenado y la disciplina cuaresmal para la reconciliación de los penitentes.
Los 7 viernes a Jesús Nazareno, la cuaresma y la pascua
La estructura orgánica de la Cuaresma que antecede a la Pascua, se empieza a formar a partir del Siglo IV, la cual surge sin lugar a dudas, vinculada a la práctica penitencial, iniciándose la sexta y última semana, con más intensidad hasta el llamado Día de la Reconciliación, durante la Asamblea Eucarística del día Jueves Santo, primero del triduo pascual. Por durar cuarenta días recibió el nombre de “Cuadragesima” o Cuaresma.
En los últimos años del siglo V, el miércoles, jueves, viernes y sábado del tiempo ordinario previo al Primer Domingo de Cuaresma, se empezaron a celebrar como si estos días formaran parte del periodo penitencial de la Cuaresma, incorporados para compensar los días en que se rompía el ayuno para cumplir con la penitencia canónica.
Durante su primera fase de organización se realizaban únicamente Eucaristías dominicales y asambleas los viernes, siendo hasta las postrimerías del siglo VI que se empieza a celebrar misa los 6 días viernes de la Cuaresma.
El proceso de alargamiento del periodo penitencial continuó de forma irremediable propagándose a toda la comunidad cristiana, contándose desde el viernes llamado por los liturgos como Viernes de Ceniza, conocido popularmente como 1er. Viernes de cuaresma, aunque no lo sea, contándose desde ese día los 5 viernes siguientes más el Viernes Santo, totalizando así los 7 Viernes.
Las tradiciones guatemaltecas en la Cuaresma con el rezo de los 7 viernes a Jesús Nazareno
Entre las tradiciones populares poco estudiadas en Guatemala, durante la cuaresma, pero que enriquecen este acervo, se encuentra la visita a las capillas de pasión y el rezo del Vía Crucis en las naves de los templos en los que se acostumbra esta piadosa meditación.
El recorrido inicia en las periferias del centro histórico, ya sea la basílica de Santo Domingo, la iglesia del Calvario, la capilla del Señor de las misericordias, la Recolección o la parroquia de la Santa Cruz -Iglesia Cruz del milagro-, La Parroquia Vieja, en donde se venera desde el 28 de septiembre de 1884, una imagen de Jesús con la cruz a cuestas procedente del extinto templo de la Escuela de Cristo, ataviado con atributos iconográficos acordes al estilo sevillano denominados “Tres Potencias” (Dios padre, Dios hijo y Dios espíritu santo), por el cual se le conoce desde el ultimo cuarto del siglo XX como “Jesús de las Tres Potencias”.
Consta en una lapida a la entrada del templo, que con la traslación de las imágenes del Convento de la Escuela de Cristo al antiguo templo del pueblo de la Ermita, hoy casco histórico de la zona 6 capitalina, se abrió de nuevo al culto el referido templo, recibiendo entre los bienes reubicados la imagen de un Jesús de talla extraordinaria, con acabados y expresión natural, de las más hermosas que Guatemala tiene, sino la que más, agrupándose en torno al Cristo, los vecinos del viejo y primitivo barrio citadino, organizándose su procesión solemne el Lunes Santo de 1896, desde el cual se ha realizado en ese día ininterrumpidamente.
Al respecto se puede especular, según la opinión del autor, -a la especulación científica se le llama hipótesis-, que la procesión del Lunes Santo se ha celebrado de forma ininterrumpid desde 1896, pues existe una procesión que se realizaba, hasta 1995, el 5to. viernes de cada cuaresma, estimándose que durante la década de las restricciones del gobierno del Lic. Manuel Estrada Cabrera, la procesión del Lunes Santo se continuó realizando en el perímetro de la iglesia y barrio, para ese entonces aún, considerado «periferia dla ciudad».
Levantada la prohibición como consecuencia del fin de la dictadura, en 1920 se reanuda la procesión de carrerea larga llegando hasta el frente de la S.I. Catedral, quedando la del barrio para la cuaresma con el rezo y meditación del santo vía crucis cada 5to. viernes, siendo factible que hubiera variado su fecha de celebración, paralela al Lunes Santo. En esa temporalidad, desde 1896 hasta 1924, la imagen fue venerada como Jesús nazareno «Buen Pastor».
A pesar del decreto de extinción de las hermandades y cofradías de pasión y los preceptos constitucionales liberales que entraron en vigencia en 1879 y la persecución sistemática a la Iglesia conllevando la prohibición de las tradiciones populares fuera de los templos.
La doctrina cristiana y las piadosas costumbres continuaron a intramuros, realizadas por los fieles vecinos, que nos legaron una devoción auténtica, no improvisada, ocurriendo, en el mes de noviembre de 1924 que se logró la institucionalización del culto al Nazareno parroquiano, al fundarse canónicamente y con norma estatutuaria, la Hermandad de la Santa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, bajo el título de «Jesús Nazareno de la Escuela de Cristo, Parroquia Vieja, Cruz del Milagro», a la que se le otorgan preeminencias, gracias e indulgencias del tesoro espiritual de la Iglesia, por parte del Excelentísimo e Ilustrísimo Sr. Don Jorge J. Caruana, Arzobispo de Sebaste y Administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Santiago de Guatemala.