Navidad es uno de los tiempos más hermosos de nuestra vida cristiana, es el recordatorio del nacimiento de Cristo, el cumplimiento de la profecía de Isaías que nos decía que un niño nacería de una virgen y ese niño sería nuestra salvación. Pero, como cristianos debemos preguntarnos: ¿en verdad es Cristo el centro de la noche buena y navidad?
Más que centrarnos en el significado mismo de la navidad convendría ver que es la navidad en sí, que nos pide Dios en la navidad y qué sentido tiene en nuestras vidas.
Ya antes veíamos el adviento, la espera, la esperanza viva en nosotros; ahora la luz ha llegado a nosotros y vive en nosotros. Navidad no solo es un tiempo de esperanza, es más, la esperanza nos ha traído la palabra clave del evangelio de Cristo, nos ha traído esa característica única de Dios Padre: la misericordia. En el nacimiento de Cristo el Padre nos muestra su misericordia cumplida en la carne misma de Cristo, el su mensaje y en su futuro sacrificio. El papa Francisco, en su homilía de navidad del 2015, nos describe este día como el día de la paz, de luz y de alegría por que ha nacido Cristo, la alegría del cielo.
Tal vez más de alguno de nosotros digamos: eso ya lo sé. Pero, ¿lo llevamos con nosotros? ¿Lo hacemos vivo en nuestras vidas y la de los demás? El nacimiento de Cristo no ha sido solo para unos cuantos y tampoco ha sido para los más favorecidos y mucho menos ha quedado en secreto. Dios mismo lo hizo tan visible a los hombres que envió a sus ángeles a que lo anunciaran y, seguramente, los receptores de esta noticia no se la guardaron, muy probablemente la contaron a sus conocidos y sus conocidos a sus conocidos y así hasta llegar a Herodes. Entonces, cual es nuestra función este día tan importante para nosotros: anunciar la misericordia de Dios, anunciar su amor y llevar la paz de Cristo a todos los lugares. Hermanos, no nos quedemos con la alegría de la venida de nuestro Señor, llevémosla a todas partes y, no solo hoy, que quede como tarea de vida llevar la alegría de la misericordia de Dios en Cristo a todos aquellos que lo necesiten.
No quiero dejar fuera a un actor importante en este pasaje: Herodes. Tal vez no muchos le han dado importancia a esta figura que se ve reflejada en nuestros tiempos. Herodes, el ser déspota, individual y egoísta que al ver la venida del Mesías siente miedo porque sabe que el poder se irá de sus manos. Para muchos, Herodes simplemente conoció esta profecía por los murmullos pero, en realidad no fue así. Herodes sabía muy bien que esto iba a pasar, que tarde o temprano alguien más vendría y tomaría el poder del pueblo de Dios.
Este es quizás el primer ejemplo bíblico de que tener a Dios o a la palabra de Dios frente a frente no siempre nos convierte al evangelio. En nuestros tiempos hay muchos Herodes, poseídos por deceso de poder a costa de lo que sea, poniendo como su principal arma la violencia y el odio hacia otros. Como cristianos es nuestro deber pedir por ellos, que sea Dios quien toque sus corazones y los moldee bajo su amor, como hizo con los pastores, personas sencillas que se dejaron manejar por el amor. Oremos por ellos y compartamos la esperanza del Niño Jesús con ellos, mostrando siempre nuestro ejemplo.
Unámonos a la alegría de María, a la sencillez de los pastores y como los ángeles, compartamos por todo lo alto el nacimiento de Cristo.
Que el niño Jesús trasforme nuestros corazones y junto con Él, nazca la paz, la alegría, la esperanza, la misericordia y el amor en nosotros y nuestras familias.