En el mensaje del Papa Francisco en Navidad 2024 hizo un llamado global a la esperanza, al diálogo y a la fraternidad como caminos hacia la paz. Destacó que la llegada de Jesús al mundo representa un acto divino de comunicación y amor, invitando a la humanidad a abrirse al encuentro y al entendimiento mutuo.
El Pontífice subrayó la importancia del diálogo, especialmente en un mundo marcado por conflictos prolongados, tensiones internacionales y crisis humanitarias. Mencionó los casos de Siria, Yemen, Ucrania, Myanmar y varias regiones de África, exhortando a la comunidad global a no permanecer indiferente ante el sufrimiento humano.
Además, abogó por la solidaridad con los más vulnerables, desde refugiados hasta víctimas de violencia y exclusión, al tiempo que pidió esfuerzos renovados para proteger el medio ambiente y superar las desigualdades económicas.
Con un mensaje centrado en el poder transformador de la esperanza y la unidad, el Papa animó a todos los fieles y personas de buena voluntad a recorrer los senderos de la paz, inspirados por el amor que «mueve el sol y las otras estrellas».
Aquí encontrarás:
Mensaje del Papa Francisco en Navidad 2024:
Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad!
La Palabra de Dios, que ha creado el mundo y da sentido a la historia y al camino del hombre, se hizo carne y vino a habitar entre nosotros. Apareció como un susurro, como el murmullo de una brisa ligera, para colmar de asombro el corazón de todo hombre y mujer que se abre al misterio.
El Verbo se hizo carne para dialogar con nosotros. Dios no quiere tener un monólogo, sino un diálogo. Porque Dios mismo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es diálogo, eterna e infinita comunión de amor y de vida.
Dios nos mostró el camino del encuentro y del diálogo al venir al mundo en la Persona del Verbo encarnado. Es más, Él mismo encarnó en sí mismo este camino, para que nosotros pudiéramos conocerlo y recorrerlo con confianza y esperanza.
Hermanas, hermanos, «qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades» (Carta enc. Fratelli tutti, 198). En este tiempo de pandemia nos damos cuenta de esto todavía más. Se pone a prueba nuestra capacidad de relaciones sociales, se refuerza la tendencia a cerrarse, a valerse por uno mismo, a renunciar a salir, a encontrarse, a colaborar.
También en el ámbito internacional existe el riesgo de no querer dialogar, el riesgo de que la complejidad de la crisis induzca a elegir atajos, en vez de los caminos más lentos del diálogo; pero son estos, en realidad, los únicos que conducen a la solución de los conflictos y a beneficios compartidos y duraderos.
En efecto, mientras el anuncio del nacimiento del Salvador, fuente de la verdadera paz, resuena a nuestro alrededor y en el mundo entero, vemos todavía muchos conflictos, crisis y contradicciones. Parece que no terminan nunca y casi pasan desapercibidos. Nos hemos habituado de tal manera que inmensas tragedias ya se pasan por alto; corremos el riesgo de no escuchar los gritos de dolor y desesperación de muchos de nuestros hermanos y hermanas.
Pensemos en el pueblo sirio, que desde hace más de un decenio vive una guerra que ha provocado muchas víctimas y un número incalculable de refugiados. Miremos a Irak, que después de un largo conflicto todavía tiene dificultad para levantarse. Escuchemos el grito de los niños que se alza desde Yemen, donde una enorme tragedia, olvidada por todos, se está perpetrando en silencio desde hace años, provocando muertos cada día.
Recordemos las continuas tensiones entre israelíes y palestinos que se prolongan sin solución, con consecuencias sociales y políticas cada vez mayores. No nos olvidemos de Belén, el lugar en el que Jesús vio la luz, que vive tiempos difíciles, también a causa de las dificultades económicas provocadas por la pandemia, que impide a los peregrinos llegar a Tierra Santa, con efectos negativos en la vida de la población. Pensemos en el Líbano, que sufre una crisis sin precedentes con condiciones económicas y sociales muy preocupantes.
Pero he aquí, en medio de la noche, el signo de esperanza. Hoy «el amor que mueve el sol y las otras estrellas» (Paraíso, XXXIII, 145), como dice Dante, se hizo carne. Vino en forma humana, compartió nuestros dramas y rompió el muro de nuestra indiferencia. En el frío de la noche extiende sus pequeños brazos hacia nosotros, está necesitado de todo, pero viene a darnos todo. A Él pidámosle la fuerza de abrirnos al diálogo. En este día de fiesta le imploramos que suscite en nuestros corazones anhelos de reconciliación y de fraternidad. A Él dirijamos nuestra súplica.
Niño Jesús, concede paz y concordia a Oriente Medio y al mundo entero. Sostén a todos los que están comprometidos en la asistencia humanitaria a las poblaciones que se ven forzadas a huir de su patria; consuela al pueblo afgano, que desde hace más de cuarenta años es duramente probado por conflictos que obligan a muchos a dejar el país.
Rey de las naciones, ayuda a las autoridades políticas a pacificar las sociedades devastadas por tensiones y conflictos. Sostén al pueblo de Myanmar, donde la intolerancia y la violencia también golpean frecuentemente a la comunidad cristiana y los lugares de culto, y opacan el rostro pacífico de sus gentes.
Sé luz y sostén para quienes creen y trabajan en favor del encuentro y del diálogo, yendo incluso contra corriente, y no permitas que se propaguen en Ucrania las metástasis de un conflicto gangrenoso.
Príncipe de la Paz, asiste a Etiopía para que vuelva a encontrar el camino de la reconciliación y la paz a través de un debate sincero, que ponga las exigencias de la población en primer lugar. Escucha el grito de los pueblos de la región del Sáhel, que padecen la violencia del terrorismo internacional. Dirige tu mirada a los pueblos de los países del Norte de África que sufren a causa de las divisiones, el desempleo y la desigualdad económica, y alivia los sufrimientos de muchos hermanos y hermanas que sufren por los conflictos internos de Sudán y Sudán del Sur.
Haz que en los corazones de los pueblos del continente americano prevalezcan los valores de la solidaridad, la reconciliación y la pacífica convivencia, a través del diálogo, el respeto recíproco y el reconocimiento de los derechos y los valores culturales de todos los seres humanos.
Hijo de Dios, conforta a las víctimas de la violencia contra las mujeres que se difunde en este tiempo de pandemia. Ofrece esperanza a los niños y a los adolescentes víctimas de intimidación y de abusos. Da consuelo y afecto a los ancianos, sobre todo a los que se encuentran más solos. Concede serenidad y unidad a las familias, lugar primordial para la educación y base del tejido social.
Dios con nosotros, concede salud a los enfermos e inspira a todas las personas de buena voluntad para que encuentren las soluciones más adecuadas que ayuden a superar la crisis sanitaria y sus consecuencias. Haz que los corazones sean generosos, para hacer llegar la asistencia necesaria, especialmente las vacunas, a las poblaciones más pobres. Recompensa a todos los que demuestran responsabilidad y entrega al hacerse cargo de sus familiares, de los enfermos y de los más débiles.
Niño de Belén, permite que los prisioneros de guerra, civiles y militares, de los conflictos recientes, y quienes están encarcelados por razones políticas puedan volver pronto a sus hogares. No nos dejes indiferentes ante el drama de los emigrantes, de los desplazados y de los refugiados. «Sus ojos nos piden que no miremos a otra parte, que no reneguemos de la humanidad que nos une, que hagamos nuestras sus historias y no olvidemos sus dramas».
Verbo eterno que te has hecho carne, haznos diligentes hacia nuestra casa común, que también sufre por la negligencia con la que frecuentemente la tratamos, y motiva a las autoridades políticas a llegar a acuerdos eficaces para que las próximas generaciones puedan vivir en un ambiente respetuoso para la vida.
Queridos hermanos y hermanas:
Muchas son las dificultades de nuestro tiempo, pero más fuerte es la esperanza, porque «un niño nos ha nacido» (Is 9,5). Él es la Palabra de Dios y se ha hecho un infante, sólo capaz de llorar y necesitado de todo. Ha querido aprender a hablar, como cada niño, para que aprendiésemos a escuchar a Dios, nuestro Padre, a escucharnos entre nosotros y a dialogar como hermanos y hermanas. Oh Cristo, nacido por nosotros, enséñanos a caminar contigo por los senderos de la paz.
¡Feliz Navidad a todos!
El Papa a la Curia Romana en su saludo navideño: Ben-digan y no mal-digan
Un denso discurso del Papa Francisco a la Curia Romana en su saludo de navidad, donde recordó una vez más la guerra en Tierra Santa. Retomando las palabras de San Pablo, escribiendo a la comunidad de Roma: «Bendigan y no maldigan nunca», Francisco hizo una reflexión: Digan lo bueno y no digan lo malo” de los demás, en nuestro caso de las personas que trabajan en la oficina con nosotros, de los superiores, de los colegas, de todos.
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
El Papa en su discurso navideño dedicado a la Curia Romana, luego que el Decano diera su saludo en donde habló de las guerras, Francisco recordó que ayer no dejaron entrar al patriarca en Gaza y volvieron a bombardear en lugares donde estaban tantos niños. Esto es crueldad, afirmó.
Retomando las palabras de san Pablo cuando escriibó a la comunidad de Roma: «Bendigan y no maldigan nunca» (Rm 12,14). Podemos entender dicha exhortación de este modo: “Digan lo bueno y no digan lo malo” de los demás, en nuestro caso de las personas que trabajan en la oficina con nosotros, de los superiores, de los colegas, de todos, dijo reflexionando al respecto.
Hablar bien de los demás, ser humildes
Hablar bien de los demás y no mal de ellos es algo que concierne a todos incluso al Papa, dijo, hace parte de ser humanos. Esta actitud dijo, de hablar bien de los demás es una «expresión de la humildad, y la humildad es el rasgo esencial de la Encarnación, en particular del misterio del Nacimiento del Señor, que nos disponemos a celebrar. Una comunidad eclesial vive en gozosa y fraterna armonía en la medida en que sus miembros transitan por el camino de la humildad, renunciando a pensar y hablar mal de los demás».
Y propuso a todos practicar un camino de humildad, ejercitarnos en el acusarnos a nosotros mismos, mencionando a Doroteo de Gaza, ese lugar que hoy día es sinónimo de muerte y destrucción, desde esa ciudad, él ha edificado la Iglesia con instrucciones y cartas llenas de sabiduría evangélica. También nosotros, hoy, introduciéndonos en su escuela, dijo, podemos aprender la humildad de acusarnos a nosotros mismos para no hablar mal del prójimo. «Cuando uno ve un defecto en una persona, sólo puede hablar con tres personas: con Dios -sobre eso-, con la persona, y si no puede hablar con la persona, con quien en la comunidad pueda ocuparse de eso. Y nada más», dijo.
“En una de sus instrucciones, Doroteo dice: «Si algo enojoso le sucede al humilde, enseguida se lo achaca a sí mismo, juzga que se lo ha merecido, no soporta reprochar a otro por ello, ni busca culparlo. Sencillamente lo soporta sin perturbarse, sin abatirse y en total calma. Por eso “la humildad ni se irrita, ni irrita a nadie”» (Doroteo de Gaza,Conferencias, n. 30). Y sigue: «No busques conocer el mal de tu prójimo, y no abrigues sospechas contra él. Y si nuestra malicia las hace nacer, procura transformarlas en buenos pensamientos» (ibíd., n. 187)”
Acusarse a sí mismo es un medio para rechazar el individualismo y adoptar un espíritu comunitario. De hecho, manifestño que quien se ejercita en la virtud de acusarse a sí mismo y la practica de manera constante, se libera de las sospechas y de la desconfianza, abriendo espacio a la acción de Dios, el Único que crea la unión de los corazones. Este proceso, señaló, se enraíza en la humildad divina, reflejada en la condescendencia del Verbo, quien se abajó al hacerse humano.
Bendecidos bendigamos
Francisco recordó que la Encarnación de Cristo es un acto de bendición y misericordia de Dios hacia la humanidad, revelando que en Él no hay maldición, sino solo gracia.Este misterio invita a los creyentes a sumergirse en la gracia de Dios, volviéndose canales de bendición para los demás, incluso para quienes los tratan mal. La Virgen María, modelo de humildad y bendición, encarna plenamente esta misión al traer al mundo a Jesús, la Bendición divina.
“Todos necesitamos ser inmersos en este misterio, pues de otra manera corremos el riesgo de volvernos áridos, como esos canales vacíos, secos, que no llevan siquiera una gota de agua. El trabajo de oficina frecuentemente es árido y a la larga termina por secarnos, si uno no se nutre de experiencias pastorales, de momentos de encuentro, de relaciones de amistad, en la gratuidad. Es por eso, sobre todo, que cada año tenemos necesidad de hacer Ejercicios espirituales: para sumergirnos en la gracia de Dios, sumergirnos completamente. Dejarnos “empapar” por el Espíritu Santo, por el agua vivificante en la que cada uno de nosotros es querido y amado “desde el principio”. Entonces sí, si nuestro corazón está inmerso en esta bendición original, entonces somos capaces de bendecir a todos, incluso a los que nos parecen antipáticos, también a los que nos han tratado mal”
Ante el drama de una humanidad tantas veces oprimida por el mal, ¿qué hace Dios? ¿Se levanta en su justicia y hace caer la condena desde lo alto? Así, en cierto modo, lo esperaban los profetas hasta Juan el Bautista. Pero Dios es Dios, sus pensamientos no son nuestros pensamientos, sus caminos no son nuestros caminos (cf. Is 55,8). Su santidad es divina y, por tanto, paradójica a nuestros ojos, continuó el Papa.
“El movimiento del Altísimo es abajarse, hacerse pequeño, como un grano de mostaza, como un germen de hombre en el seno de una mujer. Invisible. Así comienza a tomar sobre sí la masa enorme, insoportable, del pecado del mundo. Nos ayuda, para abajarnos, a acudir al Sacramento de la Reconciliación. Nos ayuda. Cada uno puede pensar: «¿Cuándo fue la última vez que me confesé?»”
Artesanos de bendición
Más adelante, el Papa dijo que, contemplando a María, imagen y modelo de la Iglesia, estamos llamados a considerar la dimensión eclesial del bien-decir, por tanto, llamó también a sus miembros a ser «artesanos de bendición,» llevando la gracia de Dios a toda la humanidad, siguiendo el ejemplo de Abraham. Aunque si, «muchas tareas puedan parecer humildes o escondidas, todas contribuyen al objetivo de difundir la bendición divina». Exhortó, por último, a ser coherentes, evitando hablar mal de otros, y a vivir como instrumentos de bendición en todas las acciones diarias.
El origen del pesebre
Por otro lado, en la Carta Apostólica el Papa Francisco se detiene en contar el origen de la tradición cristiana del pesebre y su relación con San Francisco de Asís y la localidad italiana de Greccio.
“Allí san Francisco se detuvo viniendo probablemente de Roma, donde el 29 de noviembre de 1223 había recibido del Papa Honorio III la confirmación de su Regla. Después de su viaje a Tierra Santa, aquellas grutas le recordaban de manera especial el paisaje de Belén”.
“Es posible que el Poverello quedase impresionado en Roma, por los mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor que representan el nacimiento de Jesús, justo al lado del lugar donde se conservaban, según una antigua tradición, las tablas del pesebre”.
El Papa explica que “las fuentes franciscanas narran en detalle lo que sucedió en Greccio. Quince días antes de la Navidad, Francisco llamó a un hombre del lugar, de nombre Juan, y le pidió que lo ayudara a cumplir un deseo: ‘Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno’”.
“Tan pronto como lo escuchó, ese hombre bueno y fiel fue rápidamente y preparó en el lugar señalado lo que el santo le había indicado. El 25 de diciembre, llegaron a Greccio muchos frailes de distintos lugares, como también hombres y mujeres de las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para iluminar aquella noche santa”.
Cuando llegó Francisco, “encontró el pesebre con el heno, el buey y el asno. Las personas que llegaron mostraron frente a la escena de la Navidad una alegría indescriptible, como nunca antes habían experimentado”.
Fuente: AciPrensa