La Marcha, prosa #13
Muchas veces necesitamos aferrarnos a algo para no olvidar cómo Dios se manifiesta en nuestra vida. En esta particular época de Semana Santa siempre tenemos algún ofrecimiento especial que darle al Señor, un motivo para refugiarnos en Él por las penas que más nos han aquejado, una razón para justificar nuestras penitencias de estos días sagrados.
La música sacra de la época se convierte en un motivo de comunicación con Él.
Quién no se ha grabado en la mente las notas de alguna marcha que por su sublime armonía nos transporta a una dimensión lejana de melancolías… Quién no tararea aún en épocas posteriores, los compases de aquella que le trae a la mente alguna pena. Conocemos los títulos de estas obras de arte, pero no sabemos el significado del mismo o la motivación que tuvo el autor para darle dicho nombre, y simplemente las adaptamos a nuestro personal vivir.
Así por ejemplo, una “Cruz Pesada” se convierte en el recuerdo de una pena que sufrimos. “Mater Dolorosa” puede representar la imagen de la madre que agonizó con gran sufrimiento, después de una larga enfermedad. “Tinieblas” se convierte en el sepulcro escondido, oscuro y solitario en el que descansa el familiar a quien tanto se amó.
Jesucristo, gracias a la inspiración que has puesto en los autores de tantas marchas, en un momento podemos traer a nuestra mente los dolorosos momentos que hemos vivido y esto nos fortalece muchas veces para que nuestra penitencia al llevarte en hombros, nuestra oración al sentirte tan cerca, sea más sincera, más agradecida, más meditada.
Señor, yo sé que Tú me escuchas, que Tú, desde el trono celestial, oyes mis lamentos, reconfortas y consuelas mi corazón cada vez que escucho aquella marcha que me trae al recuerdo, el dolor que guardó mi alma y el duelo que aún llevo en mí, por el ser que quisiste que te acompañara antes que dejarlo sufrir en este valle de dolor.
La marcha se convierte, Jesús, en una forma de comunicarme contigo.