NUESTRA SEÑORA DEL PATROCINIO (O EL PATROCINIO DE NUESTRA SEÑORA)
La Iglesia ha invocado a la Virgen María»con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» ya que su función maternal perdura sin cesar en la economía de la gracia y «con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna» (Lumen Gentium, nº 62). Juan en su evangelio nos relata cómo Jesús, cuando iba a morir, nos hizo entrega a todos los cristianos de María como madre en la figura del discípulo amado (Jn. 19, 26-27) con estas palabras: «Ahí tienes a tu madre». Desde este momento los fieles están llamados con Juan a acoger a María Santísima, amándola e imitándola y experimentando su especial ternura materna.
Esta filiación con María es camino privilegiado para que se encuentren los fieles con Jesús y una ayuda eficaz para avanzar y vivir en plenitud la vida cristiana. En el título de Patrocinio de Nuestra Señora se resalta especialmente esta maternidad espiritual de María. La madre de Dios es la madre de los cristianos: madre de la Iglesia y de todos sus miembros.
Patrocinio significa también protección y amparo. En María encuentran los cristianos una madre que protege y da gracia y amparo en la vida y en la muerte, en las tentaciones y luchas diarias. Ella es, pues, protección, amparo, auxilio, mediadora, abogada, modelo, estímulo, estrella, norte y guía. Algunas congregaciones religiosas, en acción de gracias por la intercesión mariana, introdujeron en sus calendarios propios una fiesta del Patrocinio de la Virgen sobre su instituto. Es el caso de los carmelitas, dominicos y jesuitas.
Pero la fiesta del Patrocinio de Nuestra Señora que se celebra el segundo Domingo de noviembre fue iniciativa una iniciativa surgida en España en el tiempo de la colonización de América. El Rey Felipe IV (que reinó desde 1621 hasta su muerte en 1665), recordando los favores que a lo largo de los siglos habían recibido sus antecesores por mediación especial del patrocinio de la Virgen María y en medio de muchos males que afligían a España por entonces, acordó poner su Corona bajo el Patrocinio de la Santísima Virgen. Habiendo acudido a la Santa Sede, el Papa Alejandro VII, el 28 de julio de 1656, accedió a su petición de que se estableciera la fiesta del Patrocinio de Nuestra Señora en un domingo de noviembre. El Breve que publicó el arzobispo de Toledo, don Baltasar de Moscoso y Sandoval, en ese tiempo primado de España, basta para dar una idea exacta de esta festividad puramente española y su especial origen. La Real Cédula en que se comunicó este Breve a todas las autoridades, encargando su más puntual cumplimiento, decía así: «El Rey. En la devoción que en todos mis Reinos se tiene a la Virgen Santísima, y en particular con que yo acudo en mis necesidades a implorar su auxilio, cabe mi confianza de que en los aprietos mayores ha de ser nuestro amparo y defensa; y en demostración de mi afecto y devoción, he resuelto que en todos mis Reinos se reciba por Patrona y Protectora, señalando un día, el que pareciere, para que en todas las ciudades, villas y lugares de ellos se hagan novenarios, habiendo todos los días Misas solemnes con sermones, de manera que sea con toda festividad, y asistiendo mis Virreyes y gobernadores y Ministros, por lo menos un día, haciéndose procesiones generales en todas partes, con las imágenes de mayor devoción de los lugares, para que con gran solemnidad y conmoción del pueblo se celebre esta fiesta».
Quedaron, pues, desde entonces debajo del Patrocinio de María, cincuenta y cuatro millones de católicos, que formaban entonces la monarquía española en todos los continentes, o lo que es lo mismo, más de la cuarta parte del catolicismo que se calculaba escasamente en unos doscientos millones. De esa cuenta, la fiesta del Patrocinio de Nuestra Señora se empezó a celebrar también en la Capitanía General de Guatemala.