Por: Israel Santos
El epílogo de los grandes adornos ochenteros del Calvario fue el de la Consagración del Santo Cristo Yacente y la Reina de la Paz del 19 de noviembre de 1989. Siendo yo un niño, recuerdo con asombro el momento preciso en el que, en medio de la marea humana reunida en la esquina de la sexta avenida y octava calle, apareció envuelta entre volutas de incienso una gigantesca corona imperial dentro de la que descansaba el recién ungido Señor Sepultado revestido de una túnica blanca bordada con hilos dorados.
Por su parte, la Santísima Virgen de Soledad posaba sobre una estilizada corona ducal arropada en la “noche estrellada del Viernes Santo”. Coronas, mantos reales, un rey y una reina, ¿qué más perfecta evocación de realeza para un día inolvidable?.
Detrás de tan meritoria obra plástica se encontraba el recordado Virgilio Castillo Pacheco – Don “Gilo”- quien fue reconocido maestro escultor, tallador, pintor y reconocido forjador de la escuela altarera “antigüeña” y que por más de cincuenta años elaboró meritorios adornos procesionales para la Semana Santa, no sólo de la Antigua Guatemala sino de muchas otras localidades. Dentro de sus obras, se encuentra uno realizado para la procesión de la “Reseña” del Domingo de Ramos 31 de marzo de 1985 elaborado bajo la técnica del papel mashé vaciado en moldes de madera.
El tema central fue una exaltación a la realeza de Cristo representado en la Consagrada Imagen de Jesús Nazareno de la Merced, de la Ciudad Colonial de la Antigua Guatemala. La composición consistió de una serie de candeleros de cuatro brazos y ocho velas eléctricas. En la parte central un artístico catafalco con detalles de roleos servía de base a la Sagrada Imagen. Otros detalles, tales como un cojín sosteniendo una corona completaban el mensaje.
Cuatro años después dicho decorado fue reproducido de forma similar en la procesión de consagración en El Calvario. En la fotografía observamos la aparición de elementos tales como candeleros de cuatro brazos y plataformas con detalles de roleos. La paleta de colores fue exactamente la misma: ocre y rojo.
Ahora bien, el uso de la corona imperial a manera de dosel no era nuevo, sino la reiteración de un elemento utilizado ya en la década de los años sesenta en el Santo Entierro de San Felipe, posiblemente elaborado también por el Maestro Castillo.
De igual forma, el Señor Sepultado de la Recolección había sido procesionado una década atrás, en 1979 dentro de una similar, con una ejecución mucho más sencilla e igualmente complementada por candelabros de hierro forjado.
Probablemente, haya habido adornos similares en otros lugares del país que en cierta forma, se apegaron a representar con la utilización de estos elementos connotativos la realeza de Cristo y su Madre.
Por el momento, recordamos con nostalgia los utilizados en la consagración del Señor Sepultado y la Santísima Virgen de Soledad del Calvario, hecho verificado hace veintiséis años y que fueron realizados para servir de tronos de unción de aquél que por décadas había sido conducido como un Rey cada Viernes Santo y de aquella que desde hacía muchos años era ya identificada como una de las supremas representaciones de la reina del dolor.