Anécdota de: Douglas Cheley.
Fué un sábado de Ramos de 1995; tenía 13 años y cargué la procesión infantil del niño Jesús de la Demanda del templo de la merced.
Después de mi turno, mi hermano mayor me llevo con él, para que lo acompañara en filas en la procesión de Jesús del Consuelo.
En ese año se permitía cargar a Jesús del Consuelo con túnica morada, paletina, cinturón y colgante negro, por lo que no tuve problemas para acompañarlo.
Yo emocionado por el simple hecho de estar en las filas de los mayores, no perdía ni un solo detalle del cortejo recoleto; era tan impresionante para mi esos olores, el sonido del redoble de bombines tan característico, las imágenes, que apenas podía procesar que pasaba. Recuerdo que estábamos caminando en la fila izquierda y lo más cerca posible de Jesús.
Ya habíamos pasado el parque Infantil Colón y las andas del señor cruzaban hacia la 11 avenida con rumbo al templo de la Merced; en esos años el recorrido era al revés por así decirlo.
Al llegar a la esquina de la 6a calle y 11 avenida las filas de devotos se detuvieron mas de lo normal, el turno estaba listo y formado; las andas del señor ya venía cerca.
Por mi estaba bien que las filas se detuvieran por que sabía que las andas nos alcanzarían y estaríamos mas cerca escuchando marchas.
Fue en cuestión de segundos, cuando mi hermano se quito su turno de su saco y me lo puso en mi paletina, y me dijo quédate aquí, en ese momento las filas avanzaron, lo vi alejarse y sin darme cuenta me había dejado en la formación del turno siguiente.
Nervioso por él hecho de saber que no me correspondía estar ahí, empece a temblar, quería salir corriendo y reclamarle a mi hermano la situación tan comprometedora en la que me dejó, en ese momento alguien por detrás de mi, me tocó el hombro y me dijo UNO, y seguí escuchando tres, cinco, siete… era un palestino dando brazos; las andas llegando al turno, rodias al suelo ¡siento morir! quiero llorar, quiero gritar, ¡voy a cargar a Jesús del Consuelo.
El timbre sonó para levantar el anda, no salía de mi asombro, apenas alcanzaba la almohadilla, que por cierto era gigantesca y tosca para mí, la horquilla pesaba una enormidad, literalmente la iba arrastrando; que bendición la mía, entre rezando, tratando de localizar con la vista a mi hermano, pensaba: ¿por que no me revisaron el turno? por que de hecho lo hicieron con los demás; creo que el encargado nunca se imaginó que un niño que apenas da el alto, osara intentar cargar al señor.
Me imagino que daba por sentado que tenia mi turno. Así entonces termino el turno, gracias Dios por esa oportunidad, gracias por estar a sus pies, cargué por primera vez a Jesús del Consuelo y una procesión de adultos, y fue mi último año de llevar en hombros a mi hermoso niño Jesús de la Demanda.
Espero con ansias que mi hijo crezca para contarle con lujo de detalle tan peculiar momento de angustia, emoción y felicidad, y que, como yo, llevé en hombros a tan hermosas imágenes.
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