En las grandes ceremonias de coronaciones pontificias, tal el caso de Nuestra Señora del Rosario de Santo Domingo, la Inmaculada Concepción de San Francisco, la Santísima Virgen Esperanza Macarena de Sevilla o más reciente aun, la de consagraciones que aun nuestro ojos han podido contemplar, suelen realizarse estrenos de varios enseres, entre ellos, el de un ajuar con el propósito de perpetuar en la memoria una visión eterna del momento sublime en que la imagen de la Madre de Dios fue debidamente honrada.
Curiosamente, en el caso de la Reina de la Paz no se realizó ningún estreno sino se recurrió al tradicional y emblemático manto procesional español, estrenado en 1961.
Aunque desconocemos las razones de no haber emprendido la realización de algún traje, difícilmente cualquiera pudo haber superado la calidad del extraordinario textil ya existente y más aún, la enorme carga sentimental que cada Viernes Santo le fue añadida por capas y capas de volutas de incienso, oraciones y el contacto de tantas devotas que ya descansan en la presencia de Dios, entre ellas las de Doña Paca Viuda de Nielson, Doña Raquel Quiroa de Dipp, Doña Clemencia Aqueche, La Licda. Lidia Pérez y tanta otras, que en la intimidad de la sacristía y el faldón del anda, acariciaron la profundidad y exquisitez del manto negro que cae en la tarde más triste del año.