La incongruencia del gobierno respecto a prohibir una procesión de barrio del 1 de enero, pero que al mismo tiempo se hayan llevado a cabo actividades masivas como diversas fiestas u conciertos de año nuevo en restaurantes, hoteles, bares, playas, espacios comerciales y urbanos, tiene un claro propósito: respecto a lo primero, seguir desacreditando la religiosidad popular por tratarse de expresiones que son del pueblo y que no dejan ninguna ganancia dineraria; respecto a lo segundo, favorecer la ganancia de los grandes capitales.
Las manifestaciones de religiosidad popular han acatado, en su mayoría, las disposiciones de no realizarse como tradicionalmente se hacen, o bien se han hecho con las mayores medidas de bioseguridad posibles. Ni en el 2020 ni en el 2021 se dejaron de acatar las normativas gubernamentales.
Entonces, ¿por qué a la religiosidad popular se le prohíben sus manifestaciones, lo cual se ha asumido con responsabilidad en la mayoría de casos, pero no se prohíben o no se controlan actividades de consumismo?
La respuesta es clara: el consumismo combinado con la explotación laboral genera las ganancias para el capital, mientras que la religiosidad popular al ser expresión del pueblo es vista de manera discriminatoria y solo si genera ganancias como negocio, entonces se autoriza.
¿Cuántas personas asistirían a la procesión de este 1 de enero en las cercanías a la Avenida Bolívar y Santa Cecilia en la Ciudad de Guatemala? Seguro que una cantidad mucho menor a la de personas que se aglomeraron en las fiestas de espacios comerciales, playas, discotecas, bares, hoteles, restaurantes, así como en el consumismo de centros comerciales y otros lugares.
Lo mismo sucedió con los cementerios el día de Todos los Santos y el día de Difuntos: siendo espacios abiertos, no hubo voluntad por parte de autoridades gubernamentales en coordinar estrategias para que se realizara una actividad fundamental como la de visitar a nuestros muertos a pesar de ser al aire libre.
La vacunación en Guatemala es de las más bajas en América, por lo tanto si ninguna actividad masiva es recomendable, ¿por qué las que generan dinero las autorizan a costillas de que suban los casos de Covid-19? Pues es por eso, para que se genere dinero sin importar las consecuencias y aparentando que en ello no pasa nada.
Pero a la religiosidad popular que en una procesión de barrio no representa un peligro real debido a que la cantidad de asistentes no era significativa respecto a las fiestas y actividades comerciales de consumismo navideño, la prohíben precisamente por ser del pueblo.
Aquí lo que hay es una discriminación clara y una incongruencia que se inscribe dentro del poder de clase. La religiosidad popular no puede dejar de verse dentro de la lucha de clases, nunca, y esto que ha venido sucediendo lo confirma.
O todos hijos o todos entrenados; pero en la realidad social de desigualdad en este trágico país, solo al pueblo se le prohíben sus actividades y solo al pueblo se le empuja a trabajar en condiciones de explotación y a consumir a costillas de su salud. Pero cuando intenta realizar sus actividades para su descanso espiritual, se le censuran. No se vale.
Mauricio Chaulón Vélez
1 de enero de 2022.