Las centenarias tradiciones de Cuaresma y Semana Santa en Guatemala han sido generadoras de las más variadas formas de arte. Una de ellas son las Marchas Fúnebres
A nadie escapa que las características de las mismas son muy propias al país, a nuestra gente y a pesar de las múltiples influencias foráneas, estas prácticas siguen siendo guatemaltecas por excelencia.
Dentro de esa explosión artística hay elementos que son la columna vertebral de las celebraciones, elementos que identifican de manera inequívoca la temporada. Los hay para todos los sentidos corporales y los del alma, pero sin lugar a dudas hay uno que independientemente de los demás, ocupa el lugar preponderante en el sentir y vivir del cucurucho: Las Marchas Fúnebres.
Estas composiciones musicales, que tienen más de 150 años de producirse en el país y ejecutarse en nuestras procesiones, bajo la estructura o parámetros que hoy en día conocemos y amamos, son sin lugar a dudas las que marcan los momentos culminantes de cada cortejo, en cada día de la Cuaresma y Semana Santa, siendo cada una única, diferente, identificada con tal y cual imagen, paso, horario o bien devoción personal o colectiva.
Hablar desde el corazón de cucurucho sobre las marchas fúnebres es tema de un libro completo, pues hay tantos temas que se pueden explorar dentro de ese mismo título, enriquecidas por el anecdotario individual y el que con el paso de los años se vuelve parte de la tradición, de la costumbre. Referirse únicamente a las marchas oficiales, a las que tienen dedicatoria especial a una imagen particular, o hablar solo de la producción de tal o cual maestro, se convierte en capítulos interminables. Y eso es precisamente lo que hace tan especial este estilo musical. Este género único en el mundo.
Si bien es cierto, cada cucurucho tiene su propia devoción hacia una imagen de pasión, hay marchas que son insignias de nuestra Cuaresma y Semana Santa. Todo cucurucho identifica desde sus primeras notas a marchas con grandísimo arrastre popular como “La Fosa”, “Una Lágrima”, “Martirio”, “La Reseña”, “Jesús de San Bartolo”… “Señor Pequé”, la “Fúnebre de Chopin”, “El Cuervo” e incluso “Lágrimas”, “El Silencio” y “Tu Última Mirada”, entre muchísimas otras que retumban en calles o avenidas de nuestro país, inundan plazas y atrios o estremecen bóvedas, naves y cúpulas de nuestros templos y hacen que hasta el más frío, el más sobrio, sienta que hasta la última célula de su cuerpo reacciona a tan ricas, dramáticas, solemnes y majestuosas composiciones.
Hacer un análisis de cual “pega” más a cada devoto es muy difícil pues las circunstancias que hay en el corazón de cada uno, en su mente y en su espíritu al momento de escucharlas varía de cada individuo al otro, además que los momentos personales entre cucurucho y su imagen de devoción, en cada turno, en cada cuadra y en cada circunstancia, hace que cada marcha se viva, se disfrute, se absorba y se convierta en llanto agradecido, arrepentido, en una sana ansiedad, en un encuentro personal de nuestros sentimientos más profundos con “eso” que el corazón del cucurucho muchas veces no logra explicar con palabras en cuanto a nuestras tradiciones.
El devoto del Señor de la Caída escucha el misterioso y mágico canto de los tenores en “La Oveja de Jesús de San Bartolo” mientras profundas y solemnes trompetas responden, alcanzando niveles casi surreales de misticismo. Los devotos Recoletos se inundan de fervor cuando las geniales notas con que inicia “Jesús del Consuelo” llenan el vacío de las naves y cúpula mientras las monumentales andas inician a mecerse cada Sábado anterior a Ramos. El Cucurucho Josefino vive al límite el solo de pícolo en el trío de “Mater Dolorosa” en medio del ambiente impetuoso de la Salida o Entrada del Señor de los Milagros, con la mirada fija en el Rey del Universo. El barrio más antiguo de la Capital, el de la Parroquia, pareciera que se detiene en el tiempo cuando al mediodía del Lunes Santo se escucha la fanfarrea con que inicia “Ternura Infinita” y su barroco Nazareno de las Tres Potencias sale a las calles.
La mañana de Martes Santo en el interior de la Merced, posiblemente con la mejor acústica del país, es la cita musical más tradicional de la temporada, con las marchas / joyas ejecutadas en la Reseña del Patrón Jurado. Por la tarde, en la pequeña, pero muy amada rectoría del Beaterio de Belén, también los devotos del Nazareno de la Indulgencia escuchan “Gólgota” con algo más que un corazón agradecido.
Las majestuosas notas de “Jesús del Rescate” al mediodía del Miércoles Santo representan la más sagrada tradición de un cortejo familiar con características tan únicas como su marcha oficial… de la estridencia majestuosa de su inicio a un suave y fúnebre “morendo” en su desenlace.
La nostalgia y notas lloronas de “Una Lágrima” son la conjunción perfecta entre imagen y marcha, entre devoción y arte, entre fe y tradición… el Jueves Santo tiene su propia música. La majestuosidad de “Señor Pequé” la madrugada de Viernes Santo rebalsa de calidad artística como lo hace también en cuanto a sentimientos profundos de los devotos de todos los tiempos y orígenes. Es una marcha que se escucha con el corazón y se disfruta con el alma.
La tarde del Viernes Santo las marchas se escuchan diferentes, a veces las mismas de toda la Cuaresma y Semana Santa, pero esa tarde se escuchan más tristes, más solemnes… más acongojadas. La dedicación a los momentos culminantes de la Redención impresos como música son sin duda alguna las representaciones artísticas más hermosas y sublimes.
Muchas lágrimas recorren los rostros del devoto, de los viejos y de los niños, de los ricos y los pobres, de los que van poco a misa y de los que si van regularmente… de los cucuruchos y nuestro particular lenguaje y códigos que no están escritos pero todos conocemos, aplicamos y vivimos.
Nuestras marchas fúnebres, son lenguaje espiritual, son identidad nacional y son engranajes que mueven la devoción, la fe y la tradición.