Por: Ivan Escobar.
La noche de ayer, me encontraba con unos amigos del trabajo y mientras hablábamos, acerca de lo que habíamos hecho cada uno durante la semana santa, me puse a pensar, en todo lo que un cucurucho deja de hacer por estar cerca de Jesús; por caminar al lado de su imagen de devoción.
También, pensé en que muchos de los amigos que tengo, me catalogan de loco, simplemente por no hacer lo que regularmente cualquier persona hace. Apenas hace unos días, mi mente únicamente pensaba en que una procesión terminaba y que otra comenzaría al día siguiente. Hoy todo es un recuerdo, una anécdota, que únicamente queda en la mente de cada cucurucho para ser contada a lo largo de su vida.
Entonces, en medio de la plática que sostenían mis amigos, comencé a extrañar todo lo que durante la cuaresma y semana santa hice. Lo primero en recordar fue el olor del corozo, aun sentía su aroma en el altar de mi cuarto, en el interior de mi carro, incluso, en la oficina de trabajo. Después, recordé como aún, estos días al llegar del trabajo voy al closet de mi cuarto y extraigo la túnica que utilice durante largas jornadas;
envuelta en una bolsa plástica, conserva su olor.
Es posible que haya disfrutado del sol radiante y fuerte, de las altas temperaturas, de las bajas temperaturas de las madrugadas, de los lunes de cuaresma difíciles para ir al trabajo, del cansancio de una larga jornada de domingo cuaresmal. Recordé, el quinto sábado de cuaresma, dirigiéndome a la antigua Guatemala, para ver al soberano señor de la caída, el frio de la mañana, el calor extenuante del medio día cuanto pasábamos por la escuela de Cristo. Recordé, esa última semana de programas cuaresmales, intercalando la radio metrópolis de Antigua y radio estrella en la ciudad de Guatemala. Por largos días, durmiendo más allá de la media noche, para escuchar el intro con don Otto Rene Mancilla en semana santa en Guatemala. Recordé, como cada uno de los días de cuaresma fueron pasando, pues el tiempo nunca se detiene, así que, sentí melancolía al tener en mi memoria, como cada uno de los turnos se fueron descartando.
Recordé, como rápidamente llego el sábado del consuelo, la mirada de mi dulce Jesús, su rostro inocente que me consuela, sus ojos que me decían, ¿Qué pasa, Porque lloras?, siempre he estado aquí. A casi media platica, me di cuenta que me debía despedir, me había consternado la nostalgia, el deseo de vivir un momento, que ahora es un recuerdo. Me despedí de aquellos amigos y me dirigí de regreso a casa. Al encender mi carro, aún se escuchó, la mater dolorosa, la lista de canciones todavía eran marchas fúnebres, entonces en ese momento sentí el dolor de mi hombro, era el peso de mi amado Jesús de los milagros, recordé mi turno en el ocaso de aquel domingo de Ramos.
El desvelo al día siguiente fue difícil en el trabajo, así que por ello, todos mis demás compañeros me llamaron loco. Recuerdo y sonrió con ganas de llorar, el lunes santo se fue tan rápido, estaba feliz que Jesús de las tres potencias se había retrasado; una gran jornada, otra desvelada más. El martes Santo extrañe a Jesús de la Merced desde mi oficina, desee en ese momento ser niño, para tener vacaciones y poder acompañarlo del brazo de mi madre, “Ah, qué tiempos aquellos”.
Uno a uno se fue los días de la semana santa. El miércoles Santo, intente descansar, para tomar las mejores fuerzas en la última jornada, pero he de aceptar que soy un necio, así que, allí estaba juntito con Jesús del Rescate, caminando a su lado.
“Ah, que madrugada la de jueves Santo”, como añoro ese momento, hasta las lágrimas se me salen tan solo de recordar. A las cinco de la mañana ya estaba en la iglesia de Candelaria, quisiera tener más piernas para poder caminar las más de 18 horas que dura el cortejo. El final de jueves Santo, uno de los momentos más tristes, veía a mi alrededor; cucuruchos abrazándose, amigos llorando, algunos elevando desde lo más profundo de su corazón una oración por aquellos familiares enfermos. ¿Cómo explicarles a todos?, él siempre cumple los deseos más puros de tu corazón.
Casi llegaba a casa y recordé, que mi paletina pasó de blanca a negra. En esa madrugada de viernes santo ame escuchar el significado de las andas de Jesús de la Merced y en mi interior pregunte, ¿A que le tengo miedo?, Si San Pablo lo dice, “pues para mí, el vivir es Cristo y morir es ganancia”. Viernes Santo por la tarde, quería tener más vida, o que el tiempo se paralizara para estar presente también en la Antigua Guatemala. Las horas pasaron demasiado rápido, cargue mi turno con el señor sepultado de Santo Domingo, y luego ya en horas la noche por la capilla al Recoleto, la jornada casi termina cuando deje en su casa al Cristo yacente del Calvario, eran las tres de la mañana, y justamente encontré a uno de esos amigos que aman tanto la semana santa como yo.
Después de una hora, estábamos en la Antigua Guatemala. Era el señor sepultado de San Felipe, Sí, ese mismo que ha sido inspiración para la poesía y para la escritura, ese mismo que es fuente de amor para las romerías a lo largo del año, ese mismo que había deseado cargar por siempre, ese mismo que lleve en mis hombros y que me hizo desear ser niño, para tener un corazón puro, para que no existieran los malos pensamientos, para amarlo tiernamente como un pequeño lo hace. Había llegado a casa, guarde el carro y salude a mi madre. Aunque, la época de las marchas fúnebres, el corozo, el incienso, los programas cuaresmales, los saludos con amigos cucuruchos habían terminado, eso no era motivo de tristeza, aquello no era motivo de algún tipo de depresión.
La gran fiesta para el católico fue el domingo de resurrección, esa fiesta que es el significado de nuestra fe, el motivo de nuestra alegría. La resurrección de Cristo es esperanza, la resurrección de Cristo es verdad. Nuestro cuerpo tras la muerte, se desintegra, pero por fe sabemos que cuando eso pase estaremos al lado de nuestro amor, Cristo. Por último, no puedo despedirme, sin antes decirte a ti cucurucho, que no estés triste, ni melancólico, ni en depresión, existe un motivo para estar mil veces agradecido y recuerda lo que un día te dijo la imagen de tu devoción, “no me pienses solo un día, yo estoy contigo todo el año; no me lleves solo en tus hombros, llévame contigo por siempre en tu corazón”.