Era 1956 y nuestro país se encontraba en plena contrarrevolución. Monseñor Mariano Rosell y Arellano, quien en ese entonces era el Arzobispo de Guatemala mantenía su postura ante las actividades que se realizaron en la Huelga de Dolores, puesto que según él «parodiaba sacrílegamente la liturgia sagrada y nuestras oraciones, inclusive el Credo y el Padre Nuestro».
Monseñor Mariano Rosell, quien unos años atrás llevó como ‘estandarte’ una imagen del Cristo Negro para difundir el temor y terror de un gobierno «comunista ateo», en su ideal político ultraconservador para promover la caída del gobierno democrático de Jacobo Árbenz Guzmán.
En medio de ese repudio que manifestó públicamente, advertía a los católicos que, quien participase en la Huelga de Dolores podría se ‘excomulgado’.
Eran años duros, la población fanática que rechazaba el gobierno de Árbenz mantenía acciones de intimidación, como la bomba lanzada en una carroza mientras se realizaba la Huelga dejando más de 30 personas lesionadas y heridas.
Luego de la Huelga de Dolores, el Arzobispo arremete contra la feligresía católica y decide emitir un decreto de suspender las procesiones de Semana Santa, dado que los católicos «no acataron la advertencia» hecha días atrás.
Esto vino a que las Hermandades realizaran una petición con la firma de una gran mayoría de personas hacia el Arzobispo; y así, el 26 de marzo de 1956 en una reunión con decenas de personas miembros de Hermandades y periodistas Monseñor Rosell anunciaba que dadas las múltiples peticiones, concedía licencia para que las procesiones se realizaran.
Sin embargo, condicionaba a que «si no había huelga decente, no habrían procesiones» para el próximo año.
Fuente y fotografías: Prensa Libre.