Saltar al contenido

47 años del terremoto 4 de febrero de 1976

Eran las 03:01:43 del miércoles 4 de febrero de 1976. La nación guatemalteca reparaba fuerzas en medio de un profundo sueño. Quizás pocos se habían acostado horas antes, sin saber que sería su última noche.

CORONAS DE CIPRÉS EN EL SANTO ENTIERRO DEL CALVARIO

Un fuerte sismo de 7.5 grados en la Escala de Richter despertó a muchos que en medio de la desesperación buscaban salir. Los más afortunados pudieron hacerlo, tratando de salvar la integridad propia y la de sus familiares. Otro no, y quedaron soterrados bajo paredes de adobe, ladrillo, muros de piedra o quizás en su desesperación por salvar su vida, encontraron obstáculos en su camino que les provocaron golpes fatales.

La calamidad provocó efectos realmente devastadores: aproximadamente veintitrés mil personas fallecieron, setenta y seis mil resultaron heridos y hubo más de un millón de damnificados.

Lo ojos del mundo se pusieron en Guatemala para dar inicio a la coordinación de ayuda humanitaria de todo tipo. El Presidente de Guatemala Kjell Eugenio Laugerud García – Hermano de la Hermandad del Señor Sepultado de Santo Domingo- en un gesto de valor pronunció la frase más célebre de su período: “Guatemala está herida pero no de muerte”.

La Cuaresma y Semana Santa después del 4 de febrero de 1976

Un mes después del terremoto, específicamente el 3 de marzo la feligresía católica se aprestaba al inicio de una nueva Cuaresma. Indudablemente, ver a la muerte campear en medio de ellos produjo en los guatemaltecos un sentido manifiesto de la fragilidad de la vida. Quizás cómo nunca, creyeron en su corazón el mensaje de la Iglesia que dice: “Polvo eres y en polvo te convertirás”.

La vulnerabilidad de la vida humana y el deseo de conectarse con la Divinidad para implorar socorro motivó una gran participación en las actividades de la Cuaresma y Semana Santa de ese año. Contrario a lo que muchos creían, la Semana Mayor fue organizada de forma normal, posterior a muchos consensos entre las directivas de las hermandades capitalinas junto al Arzobispado de Guatemala.

Los mensajes de las andas procesionales se caracterizaron por su sencillez y sobriedad. A Dios gracias, el Templo del Calvario no sufrió daños severos y se unió a los preparativos de una nueva procesión del Santo Entierro. Al llegar el Viernes Santo 16 de Abril de 1976, la población guatemalteca pudo ver en las andas del Santo Cristo Yacente del Calvario las condolencias que la Parroquia de Los Remedios y la Hermandad Cruzados de Cristo daba a los deudos.

Coronas de ciprés, símbolo de esperanza en el más allá y de tristeza junto a listones negros fueron el punto central de un adorno, como era costumbre en esos años, distinguido por su sencillez. Doce lámparas en forma de güicoy, fueron distribuidas a lo largo de dos gradas.

El Señor sepultado reposaba sobre su tradicional catafalco, en dicho año no sólo representando al Divino Redentor sino también al hermano, a la madre, al padre, al hijo, a la amiga que hacía un poco más de dos meses atrás había perdido la vida.

Y así Guatemala, se reafirmó como una nación solidaria que pudo hacer levantarse –literalmente- de los escombros. Supo comprender esta patria que la vida continúa y que no tenía otra opción que, tomada de la mano de Dios, emprender nuevos derroteros.

Por: Israel Santos

¿Cómo viviste tu la Cuaresma y Semana Santa de 1976? envía tu anécdota aquí: