Estas son algunas razones para demostrar la importancia de la presencia de Santa María Magdalena en nuestra Semana Santa.
El anda del Nazareno o el Sepultado pasa delante de nosotros. El protagonismo de Cristo en la narrativa de la salvación, le otorga esa lógica primacía en los desfiles sacros que discurren por las calles de nuestro país. La banda de música interpreta las más sentidas marchas en su honor y homenaje.
A partir de ese momento, la puesta en escena se torna, por excelencia, mucho más femenina y maternal.
Y es que de forma tradicionalmente guatemalteca, la narrativa procesional de la pasión se convierte sumamente equitativa: dos hombres, Cristo y San Juan Apóstol y dos mujeres: la Santísima Virgen y Santa María Magdalena. Entre cada uno de ellos, la Biblia narra impresionantes vínculos de amor, fidelidad, entrega y sublime pasión.
La importante devoción a Santa María Magdalena en Guatemala
Ese amor y fidelidad, se encarna de forma muy particular en la imagen de Santa María Magdalena, esa mujer que en una acción redentora, pletórica de misericordia, fue salvada de una vida sin rumbo y transformada por la mismísima bondad del Salvador.
Y es así, que la Semana Santa de Guatemala desarrolló una especial veneración, quizás más estética que devocional, a la figura de la otrora mujer pecadora.
En pocos lugares del mundo que celebran la Semana Santa, la figura de Santa María Magdalena tiene tanta importancia como en el caso de Guatemala, a tal punto que su ausencia, atribuye un sentido de insuficiencia o inconclusión a cualquier cortejo de la Virgen Dolorosa.
Las representaciones procesionales existentes en Sevilla no sobrepasan las diez, en una Semana Santa que cuenta con alrededor de setenta hermandades.
Sin ir tan lejos, en Costa Rica es la imagen de San Pedro la que junto a la de San Juan Apóstol acompaña a la de la Virgen Dolorosa. La de Santa María Magdalena curiosamente es casi inexistente.
La iconografía de Santa María Magdalena para la Semana Santa guatemalteca
En Guatemala, Santa María Magdalena es portada sobre pequeñas andas y representada de forma idealizada, como una mujer joven y de gran belleza.
Como signo inequívoco, casi iconográfico, luce una hermosa y extensa cabellera de pelo natural, en no pocas ocasiones cubierta por un velo.
En contraposición al modelo sevillano, de sus orejas penden vistosos aretes que, por un lado la embellecen y por otro, hacen un guiño a su vida pasada caracterizada por el lujo y esplendor. Porta un copón asociado, al vaso portador de las sagradas especies eucarísticas.
De igual forma, un pañuelo utilizado para secar las lágrimas derramadas durante el drama de la pasión.
El engrandecimiento y sofisticación evidenciada en las últimas décadas en la Semana Santa de Guatemala, ha generado la creación de un importante aparato estético en torno a las imágenes que acompañan a la Virgen Dolorosa, situación que ha permitido, que la imagen de la mujer redimida sea presentada con gran lucimiento, llegando a situaciones en que se ha dado mayor peso a valores estéticos, en detrimento de los históricos y devocionales, pasando del decoro a la extravagancia.
No obstante, este cuidado estético, ha dado como resultado, en los últimos años, un sensible incremento devocional, difícil sí, de ser despojado de una admiración meramente estética que, en el mejor de los casos, ha impedido que la imagen de Santa María Magdalena sea vista con indiferencia o incluso, menosprecio.
Con mayor frecuencia el tratamiento a secas de “María Magdalena” o “Magdalena” ha sido sustituido de manera más apropiada con el de “Santa María Magdalena”, reivindicando así, el lugar histórico, bíblico y eclesial, este último, a partir de la elevación al grado de “Festividad” de su memoria del 22 julio, hecha por el Papa Francisco en el año 2016.
Es así, que la figura de Santa María Magdalena se torna imprescindible y necesaria dentro de la Semana Santa de Guatemala. No obstante, aún está pendiente, que al estar frente a su imagen en cualquier cortejo procesional, nos persignemos y elevemos una pequeña oración.
Poco sería suficiente, para honrar a la mujer que experimentó de forma excepcional la gracia de Cristo y cuyo papel de ser la primera testigo de la resurrección, la coloca al mismo rango que cualquier de sus apóstoles y le otorga un lugar privilegiado en el catálogo de los santos de la Iglesia.