Ritos de muerte y resurrección: Las lágrimas de Maria Magdalena.
(Escrito Original de Juan Alberto Sandoval Arana)
La muerte como acontecimiento que forma parte integral de la vida, y los conceptos que de ella se han formado, ocupan lugar especial en el universo mágico y religioso de las diferentes culturas ancestrales, en especial las que han convivido en suelo Guatemalteco, teniendo como antecedente la cosmovisión de las primitivas sociedades aborígenes que poblaron el istmo centroamericano antes de la llegada de los conquistadores europeos y la posterior conformación de los grupos mestizos, surgidos a partir del contacto con otras formas culturales, procesos que se iniciaron en Guatemala durante la primera mitad del siglo XVI a consecuencia de las empresas de conquista y colonización.
Después del choque de las armas europeas y americanas, conforme a lo prescrito por el Papa Alejandro VI, los nuevos territorios conquistados debían ser convertidos al cristianismo, previo a ser incorporados a las coronas española y portuguesa, actividad que fue motivada más por fines políticos que por la salvación de las almas, en procura de la expansión del Imperio español y la entronización del catolicismo en América, después de la reforma en Europa.
El cristianismo como religión pasó de culto minoritario a ser la religión oficial, gracias al aprovechamiento de las especificidades culturales de los indígenas que contaban con un vasto crisol expresivo, propio de su ritualidad ancestral, que fue transformado para incorporarlo a la nueva fe, estrategia utilizada exitosamente por los frailes predicadores de las principales órdenes religiosas asentadas en Guatemala que desarrollaron la primitiva evangelización en nuestro suelo, en la que se exaltó el misterio de la Redención por medio del pasaje de la muerte cruenta de Cristo en la Cruz, cuya inmolación voluntaria fue explicada a los nuevos creyentes como una transición necesaria para alcanzar la gloria de la resurrección, hecho sobrenatural que para los nativos de la región, en su concepción sobre el ciclo vida-muerte-vida, ya era ampliamente conocida.
El celo de los frailes predicadores, aunado a su inventiva y sagacidad, motivo la reelaboración de ceremoniales específicos que buscaron, deliberadamente, guardar cierta semejanza con los conceptos locales relacionados con la vida y la muerte, desarrollados por las distintas teocracias gobernantes, enfocándolos en torno al significado de la salvación de las almas por medio del sufrimiento y la expiación, acontecimientos que al visualizarlos desde la perspectiva cristiana, están relacionados con la creencia de una morada celestial, el purgatorio y los infiernos, por lo que el viaje de los muertos a otra vida es provisto de ofrendas materiales que son colocadas en las fosas mortuorias, pero también acompañado de rogativas, en una clara orientación religiosa, motivada por la intención de influir en el destino de las almas de los muertos que esperan la resurrección, por medio de rituales específicos, que fueron elaborados para tal finalidad.
En este orden de ideas, la iglesia local con el auspicio de la Orden de Santo Domingo promovió la creación de rituales propiciatorios relacionados con la muerte y la resurrección de Cristo, constituidos en ceremonias solemnes, cargadas de hondo dramatismo, que se convirtieron, con el paso del tiempo, en devociones públicas y privadas, cuyos ejercicios piadosos se extendieron de uno a nueve días consecutivos, número referido inicialmente por San Jerónimo como signo de sufrimiento, siendo de allí que las distintas acciones rituales, aunque no tienen espacio definido en la liturgia de la Iglesia, duren ese tiempo, recibiendo el nombre de Novenas, en contraposición a las Octavas, que tienen un carácter festivo.
Las Novenas difundidas en el mundo cristiano tienen cuatro características, por su función impetratoria, las Novenas de Duelo, las Novenas de Oración, las Novenas de Indulgencias y las Novenas de preparación o premonitorias.
Desde la alta Edad Media, los novenarios están relacionadas con los ritos fúnebres por la conmemoración de la muerte de Cristo: La entrega de su espíritu a la hora Nona, los nueve coros angelicales y la recitación de los nueve salmos.
Los inicios del devocionario de las Lágrimas de María Magdalena
Las novenas, clasificadas como ritos cristianos, son manifestación típica de la piedad popular, inspirada directa o indirectamente en los ritos oficiales, en el caso que nos ocupa, entre las ceremonias premonitorias a la muerte de Cristo, abordaremos la que fue auspiciada por los frailes de la Orden de Santo Domingo de Santiago de Guatemala, llamada Ceremonia de Las Lágrimas de Maria Magdalena, que incluyó en su ritual, el rezo del salterio de 150 “Aves Marías” con la meditación de los 15 misterios de forma consecutiva, sermón y procesión pública con canto del Salmo Miserere, llevando la devota imagen de Santa Maria Magdalena, la tarde del Domingo de Ramos, día que inicia formalmente la Semana Mayor.
El carácter premonitorio de este ejercicio piadoso consiste en recordar los tres momentos más significativos de Maria Magdalena en la vida, muerte y resurrección de Jesús, el primero relacionado a la unción que realizó tomando una libra de perfume de nardo puro para lavarle los pies, derramando sobre ellos también lágrimas abundantes, secándolas después con sus cabellos largos, acontecimiento que fue una señal de la cercanía de la muerte de Jesús, en preparación para su próxima sepultura, el segundo su presencia al pie de la cruz en el monte calvario y el tercero al descubrir la tumba vacía y el posterior anuncio de la resurrección, de la cual es la primer testigo.
El origen de esta ceremonia sobre las lágimas de María Magdalena se remonta al siglo XVIII, según la novena elaborada en el Convento de Santo Domingo, según el prólogo, las fórmulas y contenido del ejercicio piadoso escrito a mano por Fray Felipe Cadena, inspirado en los Evangelios y varios pasajes de la vida de la Santa, tomados de la Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine, estableciéndose en ella los fines de la ceremonia de las tres lágrimas de Maria Magdalena, fechada en 1760, impresa con el título de “Novena Devota en memoria de la portentosa conversión y penitentes lágrimas de la seraphica y gloriosa Santa Maria Magdalena”, elaborada en hojas de papel artesanal, hecho a mano, ilustrada con grabados anónimos, impresa por Don Sebastián de Arévalo, documento que en original se conserva como parte del acervo patrimonial del Museo del Libro Antiguo, gracias a la donación de la familia Pacheco Herrarte, efectuada en 1956.
En el referido documento, al ser consultado, encontramos que las meditaciones se refieren a 3 lágrimas de Maria Magdalena:
- La primera lágrima es de contrición, en recuerdo de la confesión publica de sus pecados en la casa del fariseo, renunciando a sus placeres “Dichosas primeras lágrimas que borrasteis los pecados de Magdalena”.
- La segunda lágrima es de dolor, derramada al pie de la cruz en el calvario “que se mezcló con la adorable de Jesús enclavado en la Cruz” y
- La Tercera Lágrima es la derramada sobre el sepulcro vació de Cristo motivada por el deseo de verlo resucitado “Llora ella noche y día porque su exilio se le prolonga y no se le permite unirse a su bien amado”.
Esta novilisima ceremonia probablemente tuvo como antecedente la novena que se rezaba con meditación propia en la Ermita de los Dolores del Cerro de Abajo, en el barrio de Santo Domingo de la ciudad de Santiago, de la cual se conserva un ejemplar fechado en 1737.
Estos pasajes significativos de la Vida de Maria Magdalena además determinaron la representación de su iconografía, siendo los símbolos más difundidos, una copa con perfumes, largas cabelleras que caen hasta la cintura y el rostro cuajado de lágrimas, signos de su purificación.
Sin embargo, el caudal creativo de los maestros imagineros dibujantes, pintores y escultores guatemaltecos, durante el periodo colonial, interpretaron los tratados iconográficos de convención universal, representándola de pie, sosteniendo un crucifijo el cual mira devotamente o en postura sedente con un cráneo a sus pies, símbolo de la meditación, en algunos casos postrada al pie de la cruz, con la espalda y hombros descubiertos, características de su virtud anacoreta.
En algunas representaciones, con menor frecuencia, aparece con vestidos austeros y un cofre lleno de tesoros a sus pies, signo de su renuncia y entrega a la doctrina de Cristo.
La importancia del culto dedicado a la imagen de Santa María Magdalena que se venera en el Templo de Santo Domingo queda referida además en el manuscrito inédito Liber Aureus, del padre Miguel Fernández Concha fechado en 1906, en que la sitúa como una escultura sobresaliente que recibe veneración en el altar del Sr. Sepultado (Pag 58), imagen de Cristo a la cual está ligada de manera extraordinaria, atreviéndonos a afirmar que la investigación del historial de ambas imágenes puede llevarnos a descubrir algunos datos sobre el origen de ambas esculturas, relacionándolas o desvinculándolas.
Después del traslado de la ciudad de Santiago al Valle de la Ermita en donde se encuentra actualmente, las ceremonias dominicales de cuaresma aparecen referidas en el libro de Protocolo de Censos y Rentas del Convento, que en el folio 94, haciendo constar que “…desde entonces no ha cesado de haber culto en esta Iglesia, pues en el año siguiente de 1809 fueron iniciados los sermones y rezo del Sto. Rosario de 15 misterios en los domingos por la tarde, durante la Cuaresma, sin que se hayan interrumpido…”, estas actividades devocionales debieron haber alcanzado su más alto grado de esplendor la tarde del Domingo de Ramos con el ceremonial y procesión con la imagen de Santa Maria Magdalena en el referido templo que dejó de celebrarse a mediados del siglo XX, siendo sustituido posteriormente por la ceremonia de unción que se efectúa actualmente el Día Martes Santo.
Juan Alberto Sandoval Aldana
Universidad de San Carlos de Guatemala.