Treinta y un años nos separan del Viernes Santo 28 de marzo de 1986. Tan sólo dos meses atrás, Guatemala había entrado a una nueva era con la toma de posesión de un presidente civil, electo democráticamente y amparado por una nueva Constitución Política entregada meses atrás, el 31 de mayo de 1985.
En medio de la convulsividad que caracterizó la década de los setentas y la mitad de los ochentas la Semana Santa siempre representó para los guatemaltecos una especie de “tregua”.
Ese paréntesis sacro siempre fue respetado, salvo algunos hechos aislados, como los atentados registrados en la Semana Santa de 1982.
El Calvario se distinguía desde esos años, por su enorme poder de convocatoria así como por la gran expectativa que despertaba tanto en la organización de sus cultos como en la fama de sus suntuosas procesiones.
Para 1986, el orden y disciplina de sus cortejos permanecía aun inalterable y constituía todo un deleite y asombro presenciar el discurrir de la procesión del Santo Entierro por las calles del Centro Histórico.
Ese año, la Santísima Virgen “de Dolores” como era comúnmente llamada, fue procesionada con gran solemnidad. El adorno consistió de una enorme corazón de satín rojo atravesado por siete dagas que a manera de camarín, resguardaba a la sagrada imagen revestida con el traje de azucenas de la Casa Central y aderezada con diadema plateada de soles.
Durante esa época, la coordinación de la procesión femenina iniciaba con la reunión de todas las devotas cargadoras en el patio del Colegio Parroquial “Mateo Perrone” quienes eran organizadas en dos filas que ingresaban al templo desde la puerta lateral derecha.
Esto permitía que la Santísima Virgen saliera con un cortejo perfectamente ordenado desde el interior del templo. Estos detalles pueden ser observados en el video gracias a Procesiones del Ayer.