En el año 1927, en Egipto, fue encontrado un fragmento de papiro que remonta al siglo III. En este fragmento estaba escrito: «A vuestra protección recurrimos Santa Madre de Dios. No despreciéis nuestras súplicas en nuestras necesidades, pero libradnos siempre de todos los peligros, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!».
Esta oración conocida con el nombre «Sub tuum praesidium» -A vuestra protección- es la oración más antigua a la Virgen María, Nuestra Señora que se conoce. Tiene ella una excepcional importancia histórica por la explícita referencia al tiempo de persecuciones de los cristianos -Libradnos de todo peligro-, y una particular importancia teológica por recurrir a la intercesión de María invocada con el título de Theotókos -Madre de Dios-.
Este título es el más bello e importante privilegio de la Virgen Santísima. Ya en el siglo II, era dirigido a María y fue objeto de definición conciliar en Efeso en el año 431.
¡María, Madre de Dios! ¿Cuál es, en la mente de la Iglesia y la Tradición, el genuino y profundo sentido de este dogma mariano central?
Santo Tomás afirma que por el hecho de ser madre de Dios: «La Bienaventurada Virgen María está revestida de una dignidad casi infinita, la causa del bien infinito que es el mismo Dios. Por tanto, no se puede concebir nada más elevado que ella, como nada puede haber más excelso que Dios» (Suma Teológica 1, q.25, a.6 ad 4.).
Y, de acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, denominada en los Evangelios «la Madre de Jesús» (Juan 2,1;19,25[a72]), María es aclamada, bajo el impulso del Espíritu, desde antes del nacimiento de su Hijo, como «la Madre de mi Señor» (Lc 1,43). En efecto, Aquel que ella concibió junto al Espíritu Santo como hombre y que se tornó verdaderamente su Hijo, según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios (CIC 495).
El Concilio de Efeso tiene la gloria de ser el gran Concilio Mariano, pues su dogma destruyó la mayor herejía contra la Virgen y puso la piedra angular de toda la Mariología. La Iglesia con el correr del tiempo iría descubriendo los grandes tesoros encerrados en la Maternidad Divina de María.
Sin embargo, es necesario comprender lo que la Iglesia quiere decir cuando habla de María como madre de Dios. Jesucristo, segunda persona de la santísima Trinidad, existe desde toda la eternidad. Él procede del Padre por una generación espiritual, en la cual no interviene evidentemente ninguna criatura humana. Por tanto, María no es madre del Hijo de Dios cuanto a su origen divino, sino es madre del «verbo encarnado», del Hijo de Dios hecho hombre.
María debe ser llamada Madre de Dios, porque la maternidad se refiere siempre a la persona. La madre de un hombre no es solo la madre de su cuerpo. Ella es madre de la persona toda. Así también María es madre de su Hijo, como persona divina y humana que Cristo es.
Conviene también recordar que esta cuestión ya fue tratada en la era patrística, esto es, en el Cristianismo primitivo. De hecho, Nestorio, obispo de Constantinopla, negaba el título de «Theotokos» -«Madre de Dios»- a María. Nestorio sabía muy bien que esto significaba la consecuente negación de la condición de Cristo, hombre y Dios.
La misma historia patrística muestra la fuerte reacción de los cristianos contra Nestorio, que resultó en el Concilio de Efeso, en el año 431, reconociendo la legitimidad del título de Madre de Dios, dado a María, y condenando las ideas nestorianas.
Fuente: Heraldos del Evangelio.