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La entrada: sentimiento de un cucurucho

Por: Marco Monzón, prosas cuaresmales.

Puede ser una simple coincidencia.  Puede ser producto de esos azares del destino que nos envía algún mensaje.  Puede que de alguna manera exista un vínculo entre Él y los niños que me ha dado.

El caso es que, hace muchos años, Dios me envió un hijo, -el primero después de once años de espera- y esa vez, en la noche de Jueves Santo, tuve el privilegio de cargar “la entrada” llevándolo en mis brazos.  Siete años después, esta situación se repetía y mi segundo hijo me acompañaba mientras “Una Lágrima” acompasaba la entrada de Jesús en la noche de la solemnidad.  Acaso este haya sido un mensaje del Señor para que mis niños, como lo hacen desde entonces, sigan también con esta bella tradición, con esta devoción de siglos.

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El caso es que dos años después, Dios me envió otro niño.  Pero lo envió para manifestarme su presencia y su voluntad.  Aquel pequeñito no me pertenecía porque debía retornar al cielo a jugar con otros ángeles. Y  lo retornó apenas a diecisiete días de nacido.  No era mío, era del cielo.

Viernes Santo por la noche…  El templo lleno de oraciones, de silencio, de pesar, al igual que mi corazón que en aquel instante recordaba a la criatura que estaba ausente de mis brazos.  Ese vacío que yo sentía, aún cuando mi hijo mayor me acompañaba deseoso de ver la entrada del cortejo.

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Por uno de esos afortunados designios pude cargar en el turno anterior al de la entrada.  Y al llegar al atrio del templo el brazo que debía dejar para que ocupara otra persona, quedó vacío.  “Quédese ahí”, me dijo alguien del turno y con un poco de temor detuve la orquilla en mis manos, mientras mi hijo extrañado no sabía si hacerse a la fila o seguir a mi lado.  Sonó el timbre y empezó el anda a atravesar el arco principal. Entró Jesús y la Marcha Fúnebre empezó a invadir el ambiente, haciéndolo mucho más conmovedor para mí, que en ese instante imaginé a mi niño entre mis brazos

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Era Jesús muerto, y era mi hijo muerto.  Era un turno que no me pertenecía pero que quizá estaba predestinado para que yo lo cargara…  Era mi hijo que tampoco me pertenecía pero que también me acompañaba…  ¿Era esa coincidencia quizá un mensaje tuyo, oh Cristo, para que yo supiera que mi niño estaba Contigo? ¿Acaso era una forma de consolarme de aquel llanto que me ha acompañado desde que él retornó al cielo?  Como haya sido, Tú, Cristo del Amor,  me dabas un bálsamo espiritual al saber que ese angelito que vino a sufrir unos días, siempre estará a mi lado y a lado de sus hermanos cuidándolos y protegiéndolos con igual amor.

De una cosa si estoy seguro, Cristo del Amor.  Que él está a tu lado.