(Texto original de María José Ajcú)
En la Semana Santa del 2008, fue la primera vez que cargué en la Iglesia de la Recolección, porque ya daba el alto. También en Mixco, en donde vivo, donde hay como una comisión especial para las personas que allí vivimos y compré mi turno, realmente estaba muy emocionada por cargar por primera vez.
El viernes de dolores, como es costumbre, nos dieron asueto en el colegio por el desfile de la USAC, entonces lo aproveché para arreglar mis cosas, lustrar mis zapatos, planchar mi vestido, comprar mis medias y ya todo estaba listo.
Mi turno era el 36, de la esquina del Parque Colón hasta la Iglesia de Santo Domingo, y ese día estaba muy nerviosa, tenía 14 años y me puse zapatos de tacón, ¡gran error! Mi mamá me venía regañando en todo el camino. Llegamos a la esquina de la Iglesia La Merced y el cortejo se aproximaba. Nos quedamos esperando a que pasara, para luego sumarnos a la fila de devotas de la Virgen.
Sin embargo los ciriales venían muy adelante, hubo un momento en el que le dije a mi madre que tenía mucho sueño, me recosté sobre su hombro, cerré los ojos y poco a poco mi audición perdió el sentido y quedé inconsciente por no sé cuantos minutos. Resulta que me desmayé. Obviamente en ese momento no tenía el conocimiento que me había desmayado pero en el segundo que yo cerré los ojos, en esa misma cuadra en la que estábamos esperando la procesión, vi pasar a mi abuelito que tiene ya 10 años de fallecido y fue tan claro el momento en el que me regaló la más bella sonrisa, realmente me dio una paz tan grande.
Aún al recordarlo, se me hace un nudo en la garganta. Mi mamá me levantó de romplón, como aquí acostumbramos a decir; por supuesto estaba asustada, jamás me había pasado algo así. Y yo, aunque asustada, también al mismo tiempo sentía ganas de llorar y estaba feliz por haber visto a mi abuelo, era una mezcla de sentimientos que no sabía qué hacer, si reír o llorar o preocuparme, no sé. Me dieron agua y un dulce por si se me había bajado el azúcar o algo así, cuando Jesús del Consuelo pasó en frente de nosotras. Mi madre lloraba a mares al igual que cuando pasó la Virgen de Dolores.
Cuando ambos cortejos terminaron de pasar, entramos a la Iglesia la Merced y ahí fue en donde comencé a llorar, fue como una reacción retardada. También le tomé una gran devoción a San Judas Tadeo, quizá fue porque al entrar fue a Él al primero que vi y me eché a llorar. Por supuesto, mi mamá también se puso a llorar. Increíblemente, cuando salimos, la procesión no había avanzado mucho.
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