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El enorme esfuerzo para hacer una procesión

Cuando escribo esta columna Viernes de Dolores estamos a 10 días de la magna celebración de todos los cristianos y de la Iglesia católica la gloriosa resurrección de Nuestro Señor Jesucristo antecedida por una serie de actividades de piedad popular que se realizan desde el Miércoles de Ceniza, en toda Guatemala, desde el más pequeño caserío hasta la capital. En esta, como en Antigua Guatemala, Quetzaltenango y otras ciudades, las procesiones y velaciones son de un esplendor, que alcanza su punto culminante en la Semana Mayor, que no tiene parangón en el mundo. Las procesiones reciben críticas desde dentro de la Iglesia porque los cucuruchos en muchos casos sucede, pero no es la generalidad- damos la impresión que ponemos más interés y devoción en la conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesucristo que en su resurrección.

El enorme esfuerzo para hacer una procesión
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Parece que de tanto esfuerzo desplegado a lo largo de la semana, en los cortejos de nazarenos y sepultados, incluso en la procesión de pésame de la Virgen de Soledad, así como en la asistencia a velaciones, conciertos de marchas y demás eventos, ya no alcanzan las fuerzas para asistir a la Vigilia Pascual y a las procesiones de Jesús Resucitado. Aunque, a decir verdad, se observa en los últimos años una participación cada vez más numerosa en dichas procesiones. Pero es deber de la jerarquía católica, de los obispos y sacerdotes, como les recordaba Benedicto XVI en su discurso de Aparecida de 2007 y lo señala el Catecismo de la Iglesia, acompañar y purificar estas prácticas, para que la vida del católico no se reduzca a las manifestaciones de culto externo.

Es indiscutible que dichas manifestaciones tienen un enorme atractivo como expresiones culturales. Ya en más de alguna ocasión hemos hecho referencia, en fechas como esta, a la belleza de las esculturas de nazarenos, sepultados, crucificados, dolorosas y demás formas de presentar a Jesús y a la Virgen María en los distintos pasajes de la pasión; al decorado de las andas, que además de ser exquisitas expresiones artísticas llevan un mensaje catequético, tomado de algún pasaje del Antiguo o del Nuevo Testamento, al igual que las velaciones antigüeñas que presentan alguna escena de la vida de Jesús o de María, según sea la imagen a quien se le dedica, complementada con las alfombras verdaderos tapices rodeadas con la profusión de frutas y verduras del “huerto”.

Todas estas actividades cuaresmales evidencian como comentaba la estimada colega Mireya Palmieri una enorme capacidad organizativa, dedicación, esfuerzo y abnegación de parte de las hermandades y asociaciones que, prácticamente desde el día siguiente que concluye un ciclo cuaresmal, comienzan los preparativos del próximo, dedicando, tanto hombres como mujeres, miles de horas de trabajo a la planificación y ejecución de las actividades que llegarán a su punto culminante con la procesión de la imagen que es objeto y razón de ser de la hermandad o asociación. Me decía Mireya que es un ejemplo de que en Guatemala sí podemos hacer las cosas bien.

De capacidad para trabajar en equipo, para poner metas y alcanzarlas con precisión casi matemática. Porque no hay posibilidad de prórrogas. Los adornos de las andas y de las velaciones, la iluminación, las plantas eléctricas, todo está a punto para la hora de inicio. Una procesión puede tener 10 mil cargadores, pero los turnos no se “traspapelan” ni aparecen dos devotos con el mismo turno. La banda de música interpreta 100 o más marchas durante una procesión, cumpliendo escrupulosamente el programa donde se indica la cuadra donde será interpretada cada una. Las procesiones a veces entran con retraso, pero las andas siempre se levantan a la hora prevista.

El enorme esfuerzo para hacer una procesión
Don Carlos Olivero Nelson

Una anécdota sobre don Carlos Olivero Nelson, una de las figuras señeras de la Semana Santa guatemalteca, por muchos años encargado general de la asociación de Jesús de la Merced de la capital, ilustra el afán de hacer las cosas bien, si no es que a la perfección. Don Carlos sincronizaba un reloj especial con el meridiano de Greenwich, de manera que a las seis en punto de la mañana, pero realmente en punto, daba la señal para que levantaran las majestuosas andas del Nazareno mercedario.

Escrito por: Luis F Linares Lopez