Conoce la interesante historia de cómo se origina la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y la razón por la que se celebra cada 25 de agosto meditando los dolores internos del Sagrado Corazón de Jesús
DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Escribir sobre la “Devoción” hacia determinada advocación relacionada con la religiosidad popular de todo un pueblo, es adentrarse en las raíces más profundas del corazón y fe de las personas que lo conforman.
En diferentes pueblos de la Europa central la “Devoción hacia la imagen del Sagrado Corazón de Jesús” nos transporta a siglos de tradiciones orales e investigaciones que conforman eslabones que uno a uno se unen para hacer historias fascinantes en torno a esta advocación conocida en el mundo entero. La palabra “Devoción”, en su sentido primario, significa darse o entregarse uno mismo a alguien o a algo.
En el contexto de la verdadera religión, devoción significa una actitud de la voluntad, serena y constante; el fruto de una reflexiva decisión mediante la cual la persona se haya entregada en todo momento al servicio de Dios. Es la ofrenda de uno mismo a Dios, dedicándose a todas aquellas actividades que redunden en su honor.
Devoción es un hábito del espíritu, fruto de la virtud de la religión, que empapa la propia vida, que da sentido y forma a aquellos actos mediante los cuales alcanzamos la meta última: el servicio de Dios.
Entre estos actos que nos guían hacia este fin último, encontramos las llamadas “devociones”, es decir, las actitudes religiosas, oraciones y prácticas, que acentúan aspectos particulares de la doctrina religiosa, o que pretenden rendir un servicio u honor a determinados santos, o bien a los misterios divinos.
Si existe en la Iglesia una gran variedad de formas y prácticas devocionales, se debe a que el Espíritu, “que sopla donde quiere” (Jn. 3, 8), guía a las almas por diferentes caminos, preservando, sin embargo, un designio último de unidad, que obtiene, mediante esta variedad, toda su belleza.
Por esta causa, y ya que la Iglesia permite “nuevas devociones” y las hace suyas, es obligación nuestra interesarnos por ellas, sobre todo una vez examinadas, verificadas sus fuentes, y encontradas dignas de crédito de origen divino y en perfecta armonía con las revelaciones públicas que han sido transmitidas en las Sagradas Escrituras y en la Tradición.
La constitución concerniente a la Liturgia Sagrada del Concilio Vaticano II, nos enseña que las devociones populares, tal como las practican las gentes cristianas, son acogidas con simpatía e interés, siempre que no violen las leyes y normas de la Iglesia.
Lo único que se espera es que todas las devociones se ordenen de forma tal, que se hallen en armonía con las estaciones litúrgicas concuerden con la Sagrada Liturgia, y de alguna forma deriven de ella y se encaminen a ella.
La devoción al Corazón de Jesús, no solo se ajusta enteramente a los requisitos ya mencionados en el documento Conciliar concerniente a la liturgia, sino que, además, se encuentra enraizada en la entraña del mismo Evangelio y de los pueblos que la practican, de donde proceden todos aquellos ideales, actitudes, conductas y prácticas fundamentales, definitorias del auténtico cristianismo.
La devoción al Corazón de Jesús, está totalmente de acuerdo con la esencia del Cristianismo, que es “religión de amor”. Ya que tiene por fin el aumento de nuestro amor a Dios y a los hombres.
No apareció de repente en la Iglesia, ni se puede afirmar que deba su origen a revelaciones privadas. Pues es evidente que las revelaciones de Santa Margarita María de Alacoque y de la Beata Madre Encarnación Rosal no añadieron nada nuevo a la Doctrina Católica.
La importancia de estas revelaciones está únicamente en que sirvieron para que, de una forma extraordinaria, Cristo nos llamara la atención para que nos fijemos en los misterios de su amor. “En su corazón debemos poner todas las esperanzas”. Ya que “la Eucaristía, el Sacerdocio y María son dones del Corazón de Jesús” (Pío XII, Encíclica Haurietis Aquas).
En la Sagrada Escritura en varias ocasiones se cita al corazón y no como un texto del órgano humano del hombre sino al amor de los hombres por Dios y de Dios hacia los hombres:
Del Corazón del Mesías hablan los Profetas, poniendo en su boca estas expresiones: “Porque Yavé está a mi diestra, se alegra mi corazón” (Sal. 16,9). “Todos mis huesos están dislocados, mi Corazón es como cera que se derrite dentro de mis entrañas” (Sal. 22,15). “Dentro de mi corazón está tu ley” (Sal. 40,9). “El oprobio me destroza el Corazón” (Sal. 69,21).
También el Nuevo Testamento hace referencias al Corazón de Cristo: “Aprende de mí, que soy de Corazón manso y humilde” (Mt. 11,29). “Un leproso se le acercó, suplicándole de rodillas: Si quieres puedes curarme. A Él se le conmovió el Corazón” (Mc. 1,41). “Se le conmovió el Corazón porque estaban como oveja sin pastor” (Mc. 6,34). “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba, si cree en mí. Pues como dice la Escritura: brotarán de su Corazón ríos de agua viva” (Jn. 7,37-39). “Dios es testigo de cómo os quiero en el Corazón de Cristo Jesús” (Fil. 1,8).
Es interesante observar en el texto citado de San Pablo, que toma como modelo y centro del amor entre los Cristianos , el amor de Cristo simbolizado en una parte de su cuerpo, su Corazón. Y en el texto de San Juan, aparece su Corazón, (que simboliza su amor) como la fuente del Espíritu que nos había de enviar y a la que nos invita a acudir. Esto es ya iniciar toda una espiritualidad del Corazón de Jesús.
En la historia, los Santos Padres muchas veces hablaron del Corazón de Cristo como símbolo de su amor, tomándolo de la Escritura: “Hemos de beber el agua que brotaría de su Corazón… cuando salió sangre y agua” (Jn 7,37; 19,35).
En la Edad Media comenzaron a considerarle como modelo de nuestro amor, paciente por nuestros pecados, a quien debemos reparar entregándole nuestro corazón (santas Lutgarda, Matilde, Gertrudis la Grande, Margarita de Cortona, Angela de Foligno, San Buenaventura, etc.).
Ya para el siglo XVII estaba muy extendida esta devoción. San Juan Eudes, ya en 1670, introdujo la primera fiesta pública del Sagrado Corazón.
Santa Margarita María de Alacoque (monja salesa de Paray-le-Monial, Francia), en 1673 comenzó a tener una serie de revelaciones que le llevaron a la santidad y la impulsaron a formar un equipo de apóstoles de esta devoción.
Y en Guatemala, (1857) a la Beata Madre María de la Encarnación Rosal, Jesús se le aparece y se saca el corazón para mostrarle sus heridas hechas por diez dardos crueles que le traspasan hasta lo más profundo de su alma por el quebrantamiento de los diez mandamientos de su santa ley.
Estas dos últimas apariciones se han promulgado con celo, consiguiendo un enorme impacto entre sus devotos; mas en Guatemala no le ha prestado la importancia y el significado preponderante que merece.
Han pasado ya más de 150 años y el pueblo guatemalteco continúa sin conocer sobre este acto único en el mundo, realizado por Jesús a una humilde madre Bethlemita del siglo XIX, “la más baja” como ella misma se llamó en el momento en que el Corazón de Jesús se le aparece.
La Oposición a este culto siempre ha sido grande, sobre todo en el siglo XVIII, y recibió un fuerte golpe con la supresión de la Compañía de Jesús (1773).
En España se prohibieron los libros sobre el Sagrado Corazón. El emperador de Austria dio orden que desapareciesen sus imágenes de todas las iglesias y capillas.
Y sin ir muy lejos en Guatemala, en dos ocasiones con los gobiernos liberales del siglo XIX son expulsadas y reprimidas las órdenes religiosas en nuestro país, y con ello se ve afectada la difusión del milagro de las apariciones de Jesús en Beatas de Belén en el año de 1857.
La Europa oficial rechazó el Corazón de Cristo y en seguida fue asolada por los horrores de la Revolución francesa y de las guerras napoleónicas. Pero después de la purificación, resurgió de nuevo con más fuerza que nunca.
En 1856 Pío IX extendió su fiesta a toda la Iglesia. En 1899 León XIII consagró el mundo al Sagrado Corazón de Jesús (Ecuador se había consagrado en 1874).
Y España en 1919, el 30 de mayo, también se consagró públicamente al Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles. Donde se grabó, debajo de la estatua de Cristo, aquella promesa que hizo al padre Bernardo de Hoyos, S.J., el 14 de mayo de 1733, mostrándole su Corazón, en Valladolid (Santuario de la Gran Promesa), y diciéndole: “Reinaré en España con más Veneración que en otras muchas partes» (entonces también América era España). Para 1919, España finaliza una obra maestra de la escultura de todos los tiempos, y es la dedicada a la devoción, gratitud y consagración al Corazón de Jesús.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús tiene sus raíces fundadas desde la historia de todos los tiempos, y ha permanecido en los corazones de los pueblos, trascendiendo entre las generaciones a pesar de vejaciones políticas y religiosas de los hombres.
Concluyo con la frase que encierra este misterio de amor de Jesús hacia los hombres que somos creación de El mismo, escrita por el Beato Juan Pablo II, el grande, “Tened fija la mirada en el Sagrado Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones; aprended de Él las grandes lecciones de amor, bondad, sacrificio y piedad”. “Esta devoción responde más que nunca a las aspiraciones de nuestro tiempo”.
Monumento al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Angeles, cerca de Madrid, España.
Es una obra diseñada por el escultor D. Aniceto Marinas y el arquitecto Sr. Maura Nadal. El dinero para su construcción fue recaudado por suscripción popular organizada por una Junta de damas españolas. Las obras comenzaron en 1916 y estuvieron concluidas en 1919.
En el pedestal hay dos Ángeles que sostienen el escudo de España, y encima un bajorrelieve de la Inmaculada Concepción. Debajo de la imagen del Sagrado Corazón, una inscripción que dice: «Reino en España», en referencia de las palabras del Sagrado Corazón de Jesús al Venerable P. Bernardo de Hoyos: «Reinaré en España y con más veneración que en otras muchas partes».
Algo más arriba del Altar, en una lápida de mármol, está escrito: «España, al Corazón de Jesús».
Grupo escultórico en la base, a la izquierda del monumento. Representa a la «Humanidad santificada». De izquierda a derecha están: San Juan Evangelista, el discípulo amado de Jesús, cuyo corazón latió junto al de Jesús en la Última Cena.
Santa Gertrudis, monja benedictina precursora del apostolado del Sagrado Corazón de Jesús, arrodillada en actitud de oración; el Venerable P. Bernardo de Hoyos, jesuita, a quien el Señor hizo la promesa de que su Sagrado Corazón reinaría en España con más veneración que en otras muchas partes; Santa Teresa de Jesús, la Mística Doctora española, de pie, con una pluma en la mano.
San Francisco de Asís, un modelo de amor a Jesús, quien le hizo tan semejante a Sí, que le imprimió las cinco llagas; San Agustín, el sapientísimo obispo tan enamorado del amor de Jesús; y Santa Margarita María de Alacoque, religiosa de la Visitación, elegida por Dios para propagar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que está arrodillada con las manos extendidas.
Grupo escultórico en la base, a la derecha del monumento. Representa a la «Humanidad que tiende a santificarse», que tiene un sentimiento o actitud de amor al Sagrado Corazón de Jesús. De derecha a izquierda, la Caridad está representada por una Hija de San Vicente de Paúl.
Cinco niños guiados por ella ofrendan al Señor unas flores, que son las flores de su inocencia. La Virtud está representada por una joven que eleva su mirada al Señor, y una niña vestida con el traje de primera comunión.
El Amor, por un hombre y una mujer del pueblo con un tierno niño en los brazos; es una familia humilde que, a semejanza de la de Nazareth, acata resignadamente la voluntad de Dios, bajo cuyo amparo ponen el fruto de su santo amor.
Más a la izquierda, un hombre medio desnudo y descalzo, un penitente que, al ver llegado el término de su existencia, siente todo el peso de sus culpas, abrumado por las cuales se postra de hinojos a las plantas del Señor implorando su misericordia.
Hay muchas flores esculpidas en los laterales del monumento, que señalan el término glorioso de nuestra existencia, al que solo llegan las almas puras, las conciencias limpias de pecado.
Por: Erick Espinoza Folgar
RR.PP. BEATERIO DE BELÉN