Si tú eres de los que siempre envía un saludo como «Que Jesús de la Merced te bendiga» o «Que Jesús de San José te bendiga» y te han dicho que posiblemente esto no pueda ser ‘correcto’, hay algo que queremos decirte, y para eso hay que ir un poco a la historia de la Iglesia:
«Siguiendo el camino real, fieles al magisterio divinamente inspirado de nuestros santos Padres y a la tradición de la Iglesia católica, pues la reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella, definimos con todo esmero y diligencia, que lo mismo que la de la preciosa y vivificante cruz, así también hay que exhibir las venerables y santas imágenes, tanto las de colores como las de mosaicos o de otras materias convenientes, en las santas iglesias de Dios, en los vasos y vestidos sagrados y en los muros y tablas, en las casas y en los caminos: a saber, tanto la imagen de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como la de nuestra inmaculada Señora, la santa Madre de Dios, y las de los honorables ángeles y de todos los santos y piadosos varones. Porque cuanto más se las contempla en una reproducción figurada, tanto más los que las miran se sienten estimulados al recuerdo y afición de los representados, a besarlas y a rendirles el homenaje de la veneración (proskynesis timetiké), aunque sin testificarle la adoración (latría), la cual compete sólo a la naturaleza divina: de manera que a ellas (las imágenes) como a la figura de la preciosa y vivificante cruz, a los santos evangelios y a las demás ofertas sagradas, les corresponde el honor del incienso y de las luces, según la piadosa costumbre de los mayores, ya que el honor tributado a la imagen se refiere al representado en ella, y quien venera una imagen venera a la persona en ella representada».
Los cristianos de Oriente no bendicen las imágenes, porque dicen que están hechas para bendecir. En la teología de San Juan Damasceno las imágenes son materia, pero materia llena de gracia, porque todo lo consagrado a Dios se vuelve objeto lleno de bendiciones. «Que el Señor de Esquipulas te bendiga», «Que la Virgen de Guadalupe te acompañe» está bien dicho, porque nos referimos a un objeto que representa a alguien.
Lo que si no es correcto es que las imágenes estén por encima de la Eucaristía o de la Palabra de Dios. ¿No será que nos estamos perdiendo de visitar al verdadero Jesús? en el catecismo de la Iglesia Católica podríamos encontrar datos interesantes:
1162. «La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios» (San Juan Damasceno, De sacris imaginibus oratio, 127). La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y al canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los signos de la celebración para que el misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.
1192. Las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el Misterio de Cristo. A través del icono de Cristo y de sus obras de salvación, es a Él a quien adoramos. A través de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados.
2130. Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó o permitió la institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce (cf. Nm 21,4-9; Sb 16,5-14; Jn 3, 14-15), el arca de la Alianza y los querubines (cf. Ex 25, 10-12; 1 R 6, 23-28; 7, 23-26).
2131. Fundándose en el misterio del Verbo encarnado, el séptimo Concilio Ecuménico (celebrado en Nicea el año 787), justificó contra los iconoclastas el culto de las sagradas imágenes: las de Cristo, pero también las de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los santos. El Hijo de Dios, al encarnarse, inauguró una nueva ―economía‖ de las imágenes.
2132. El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, ―el honor dado a una imagen se remonta al modelo original‖ (San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto, 18, 45), ―el que venera una imagen, venera al que en ella está representado‖ (Concilio de Nicea II: DS 601; cf. Concilio de Trento: DS 1821-1825; Concilio Vaticano II: SC 125; LG 67). El honor tributado a las imágenes sagradas es una ―veneración respetuosa‖, no una adoración, que sólo corresponde a Dios: «El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que ella es imagen» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 81, a. 3, ad 3).
La Iglesia es clara a través de su catecismo que es a través de las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el Misterio de Cristo. A través del icono de Jesús y de sus obras de salvación, es a Él a quien adoramos. A través de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados. Es Decir cuando yo le pido a alguna imagen quien hace el milagro es Dios directamente.
Así es estimado cucurucho, como enviarle bendición a otro cucurucho lo haces bien… lo que no debes olvidar, es que, antes de nuestras bellas y queridas imágenes, está Jesús Sacramentado y la Palabra de Dios.