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Consideraciones para el trato de una sagrada imagen de Jesús Nazareno

Artículo de: Esler Hernández.

A Jesús Nazareno no se le puede vestir de blanco, porque Herodes lo vistió de blanco para mofarse de El y llamarlo loco ni de negro porqué El es el triunfador de la muerte.

Cuando se le colocan túnicas de estos colores puede pasar a ser complemento de un adorno y caer en espectáculo.

En la época colonial y republicana se tenían colores iconográficos o litúrgicos especiales para cada ceremonia en la representación de Jesús.

Los colores para vestir a Jesús son: el morado que es color de penitencia y el rojo que es el color de la pasión y, al Santo Entierro se le viste de túnica alba blanca, en representación a la Sabana Santa en la cual fue envuelto su cuerpo o mortaja.

Estos puntos hacen que Jesús cobre vida y su escultura sagrada sea una invitación a la meditación acerca de la vida, pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor; pero, para lograrlo debemos pensar primero en tener una imagen y pensar que genera mucha aceptación y asimismo veneración entre cientos de fieles.

Antiguamente al momento en que se iba a mover de su camerín o de su sitial se le rezaba el Credo como símbolo cristiano; en ese momento el mayordomo hacía tañar la campana en señal de que Jesús estaba siendo movido, el mayordomo dirigía la conducción de la imagen a un sitio especial que era la sacristía; en el interior de la misma se encontraba una alfombra púrpura, un mantel de encaje donde sería depositada la imagen del Señor, flanqueada por cuatro cirios que representan los cuatro evangelistas que hablan de su dolorosa pasión.

Consideraciones para el trato de una sagrada imagen de Jesús Nazareno

Un monaguillo incensaba el paso de la imagen de Dios, luego de ser colocado en el lugar del cambio de ropaje el mayordomo se acercaba y un grupo de personas cantaba o rezaban la letanía de la pasión, en ese mismo momento la imagen del Salvador era despojado de todos sus atributos incluyendo sus sagradas vestiduras; se le retiraba sus potencias o resplandor, su corona de espinas y su cabellera, luego el cíngulo, posteriormente el cordón que marca su cintura y se empezaba a retirar la túnica: una persona cubría con su mano a escasos centímetros el Divino Rostro del Redentor para evitar lastimarlo con la misma túnica.

En ese momento el Señor quedaba con sus tres albas, mismas que también están ceñidas a la cintura por un fino cordel, las cuales también son retiradas, quedando la escultura en una total desnudez, permitiendo realizarle una limpieza superficial para cubrir posteriormente el cuerpo con finas gasas; esto se hace con el fin de que al colocarse alfileres la escultura y el encarnado no sufran daño alguno.

Luego se vuelve a colocar sus tres albas nuevas o limpias que pueden ser de lino o seda, telas que tienen orlas y finos encajes, y van ceñidas de la misma manera para que no pierdan el talle de la imagen, en algunas ocasiones se le coloca un fustán de pelium o manta almidonanda para darle forma a la parte inferior de la túnica, que es colocada con mucha habilidad y conocimiento porque cada imagen tiene sus características y movimientos especiales; posteriormente el cíngulo que lleva diferentes nudos desde el cuello a la cintura, que representa el lazo con el cual fue hecho prisionero el Señor; se le coloca de nuevo su cabellera que debe estar rizada por las características de ciertas imágenes y, luego toda su platería, quedando la imagen a punto de ser trasladada, cubriéndole las manos con bolsas de tela, se sujeta una sobre otra, se le amarra el cabello al cuello con un listón y la cauda de la túnica (cola) se sujeta con ganchos a la cadera de la imagen, cubriendo posteriormente con un lienzo blanco las piernas o el faldón de la túnica, teniendo cuidado las personas encargadas de trasladar y cambiar a la imagen de retirarse los anillos, relojes, lentes con que cuenten para no dañar la capa pictórica de la imagen de Jesús.

En ese momento de una manera vertical y solemne la imagen se conduce en este caso a un anda procesional y es asegurada de una manera en la que no sufra daño alguno tanto los pies como la peana.