Memorias que jamás vamos a olvidar de un extraordinario domingo de febrero conmemorando el centenario de Jesús de Candelaria por su consagración.
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JUEVES SANTO, EN UN DOMINGO DE FEBRERO
El domingo 12 de febrero del 2017, los devotos cargadores vivimos a manera de “Deja vú» más que una Semana Santa, un Jueves Santo anticipado y en domingo. La celebración del centenario de consagración de Cristo Rey, el Cristo moreno de la Iglesia de Candelaria, estuvo impregnada de momentos de pletórica felicidad y de nostalgia, y fue capaz de habernos hecho sentir verdaderamente privilegiados al tener la oportunidad de presenciar y participar en un evento de tal trascendencia.
Con toda seguridad, ninguno de lo que estamos vivos hoy, presenciamos la Consagración de Cristo Rey en 1917 y quizás, muchos no veremos la celebración de los ciento cincuenta años siguientes.
Es por ello que haber visto, participado y en el caso de muchos, llevado en hombros a Jesús de Candelaria en la procesión del Centenario constituyó un legítimo honor.
La procesión del centenario de Jesús de Candelaria
La procesión del Centenario tuvo singularidades dignas de relatar, entre ellas, los momentos previos a la salida, pues desde antes de las siete de la mañana, todo el ambiente alrededor de la iglesia era muy parecido al de Jueves Santo, saturado de aromático humo de incienso y mirra que en forma de volutas, anunciaba la aparición de la majestuosa anda que portaba a Jesús, ataviado para la ocasión con una túnica color blanco recamada de bordados dorados.
El turno de honor salida, como es tradicional, estuvo conformado por cargadores vestidos de levita. Una vez más sonaba el timbre estremecedor que anuncia la levantada de andas y, que junto al toque de timbales, fueron el preámbulo a una magistral interpretación de la marcha oficial: Una Lágrima.
Mientras tanto, en el atrio la puesta en escena estaba preparada: las campanas con su tañer festivo, la pólvora , que en Semana Santa es impensable y el humo de color rojo que emergería del techo del templo a borbotones.
La trece avenida lucía sumamente colorida y festiva , adornada con alfombras de pino, flores y aserrín junto extensas guirnaldas que colgando desde los techos, parecían intentar acercarse al Consagrado Señor.
Difícilmente veremos nuevamente la mezcla de cucuruchos de casco morado, paletina y cinturón blanco con otros atuendos de diferente confección y color provenientes de hermandades y asociaciones de pasión de diversos lugares de la ciudad capital y del interior del país, ¡Cuánto menos ver cargar a un escuadrón de romanos de la Iglesia de El Calvario!.
Algo verdaderamente espectacular fue el acompañamiento de la Hermandad de Jesús Nazareno de los Mártires de Chichicastenango, quienes ataviados con su traje típico y tocando la marimba de tecomates junto a todos los elementos colombinos y precolombinos que los caracteriza, dieron en una verdadera estampa de sincretismo religioso y cultural.
Otro hecho verdaderamente sorpresivo para la feligresía, fue la salida de dos imágenes al encuentro del Señor. En primer lugar, la de su Padre, el Señor San José sobre la avenida del mismo nombre y proveniente del templo josefino y minutos después, la apoteosis: El Consagrado Jesús de La Merced que sobre pequeñas andas, llegó a su encuentro sobre la quinta calle y doce avenida, dando así, la bienvenida a su histórico barrio, en medio de una secuencia de marchas fúnebres interpretadas de forma alterna por ambas bandas de música.
El repertorio de dicho pasaje, estuvo compuesto por marchas que identifican a las dos imágenes: mientras la banda de que acompañaba a Jesús de Candelaria tocaba “Señor Pequé”, el cuerpo de filármonicos situado detrás del nazareno mercedario, hizo lo propio con “Una Lágrima”.
El histórico momento que se extendió a media hora, permitió observar, algo que probablemente nunca más sucederá: que dos nazarenos vinculados históricamente, recorrieran uno a la par del otro por breves minutos.
El cortejo de Jesús Nazareno de Candelaria continuó recorriendo sectores inéditos, siendo recibido con gran gala y algarabía, en medio de flores, cortinajes y pirotecnia, juntos a la alegría y la nostalgia en aquellas calles y avenidas que por primera y última vez visitó, muchas de ellas por estar fuera del itinerario tradicional de Jueves Santo.
En cada una de esas cuadras, muchas personas se agolpaban, unos con suma emoción y otros con rostros imposibles de contenerse, dejando caer más de una lágrima, seguramente como signo visible de una oración o del recuerdo de situaciones o personas que han pasado en sus vidas.
Un recorrido de dieciséis horas, de paso lento y cadencioso, sin prisas, con la participación de 10,560 cucuruchos, permitió que a lo largo de 88 turnos en grupos de 120 cargadores, viviésemos una procesión extraordinaria, concurrida por miles de personas que a su paso, llenaron banquetas ininterrumpidamente desde la salida hasta la entrada.
A las doce de la media noche Jesús de Candelaría se aprestaba a ser recibido de vuelta con la misma alegría de la salida, teniendo de marco su templo, bellamente adornado con guirnaldas de hojas naturales, cortinajes corintos, vivos amarillos y en primer plano, su fotografía en la que aparecía revestido con la túnica morada que le obsequiara el premio Nobel, Miguel Ángel Asturias.
Minutos después, la Consagrada Imagen de Cristo Rey, de frente a su pueblo fiel empezó a ingresar al templo en medio de corazones que lo despedían, no con un “adiós” sino con un “hasta pronto”, hasta el Jueves Santo en que lo volveremos a ver fuera de su camarín, emprendiendo nuevamente el recorrido piadoso, entregando amor a sus hijos que lo esperan ansiosos con el hombro preparado, para sentir el peso bendito de sus andas.
Por: Sergio Ayapán.
Guatemala, febrero de 2017
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