(texto original de Wilfred Monroy)
Recuerdo que una vez, me moría por ir a cargar a la Virgen del Rosario, de la Parroquia de Santo Domingo. Cuando salió «la mera mera» del altar mayor, cuando regresó el Cardenal Quezada Toruño de su investidura cardenalicia y le iban a hacer el encuentro en Catedral, pero por alguna razón no logré conseguir un turno por mucho que estuve preguntando y averiguando.
Me fui junto al anda, pues dichoso que aunque sea la podía acompañar y resulta ser después del Mercado Central que casi no habían cargadores (y eso que era el turno que la llevaba hasta Catedral), por lo que pregunté si no me daban oportunidad.
Me dijeron que si y que me pusiera a rezar… pero ¡para que no llegará el dueño del brazo que iba a cargar!. Llegó el anda y tuve la dicha de cargarla; de la fuerza que tomé (porque de verdad, el anda pesaba) me da una especie de bajón de azúcar, porque me mareé y sentí como que la sangre me llegaba a la cabeza.
Ese malestar se lo atribuí a la Virgen, porque de seguro, me estaba reprochando mi mala actitud tan egoísta; fue entonces que me puse a rezar por el cargador que no había podido llegar a su turno y por sus necesidades, por su salud y la de su familia… y de la nada me comencé a reponer.
Ya casi en la puerta del antiguo colegio San José de los Infantes, apareció el dueño del turno y me dijo que allí, donde estaba yo cargando, iba él. Yo estaba apunto de decirle «a ver, mostrarme la cartulina» pero me recordé lo que me pasó de hacía unos minutos… de repente al verlo, me di cuenta que era un señor que estaba con un bastón y que me dijo que le costaba mucho caminar, y de paso la gente no lo dejaba pasar para llegar a su turno, por lo que no llegó a tiempo.
Me remordió mucho la conciencia y solté el brazo. El señor, por alguna razón, me dio un abrazo y se metió al turno. De verdad que me dio 3 vueltas el corazón y me solté a llorar porque en su momento me alegré de que a alguien le hubiera pasado algo malo para que no llegara a cargar, y reconocí que eso es signo del mal ser humano que soy.
Después de la misa, me tope al señor que se quedó en el brazo del turno y me volvió a abrazar y me dijo: «gracias por cuidarme mi turno», pues el tenía la pena que quien fuera en su lugar no se iba a querer quitar y me contó que había ido a enterrar a su hijo un día anterior; para él era importante ese turno, pues quería encomendarle a la Virgen del Rosario que lo cuidara allá en el cielo.
Creo que de esa ocasión, comprendí que uno muchas veces es un orgulloso que se vanagloria mucho que logró cargar «por que la Virgen o Jesús así lo querían» y se nos olvida pedir por la persona que no llegó a su turno. A mi me gustaría que si vuelvo a perder un turno por la razón que sea, alguien rece por mi… yo desde ese entonces, cuando me toca cargar en un «brazo libre» lo hago por el que no pudo llegar y estar ahí.
Qué decir, sin palabras Cucurucho y Cucurucha; ahí está la propia manifestación de Dios a causa de nuestros comportamientos para con el prójimo. ¿Qué tienes tú para contarle a toda esta comunidad?