Anécdota de: Edgar A. Valdez Azmitia.
Por aquellos días, llegando la Cuaresma, me había decidido a dejar de cargar en la procesión de Jesús de la Caída de San Bartolomé Becerra, aduciendo que no me gustaba más el cortejo (a pesar que es de fuerte tradición familiar); no obstante compré el turno a sabiendas que no lo cargaría.
Llegó el viernes de la velación, y como era costumbre con mis amigos de universidad, fuimos en ésta ocasión a La Antigua para ver la velación, y después las intenciones eran de ir a la declaratoria de huelga en la universidad; inicia una leve llovizna a nuestro regreso y justo en la segunda curva el carro derrapó y volcamos. El carro quedó con destrucción total, milímetros y nos embarrancábamos… y los cuatro ocupantes sin ningún rasguño. No tengo la menor duda de la protección de Dios.
Pedí disculpas a Jesús de la Caída por mi rebeldía y arrogancia, y en agradecimiento de haber salido literalmente sin ningún rasguño del accidente nada insignificante, prometí no dejar de llevar en hombros a la Consagrada Imagen de Jesús de San Bartolo.
Ese año salí con mal sabor de boca del Quinto domingo de Cuaresma, pero recordé que los actos de Dios los honro a Él, y los del hombre son tan mundanos como yo. «Dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios».
¡Vaya enseñanza la que con su testimonio, nos puede transmitir!, tenemos que cambiar Cucurucho, es un hecho y tú eres agente de ese cambio. Envíanos tu anécdota o reflexión, nosotros la publicaremos.